jueves, 9 de mayo de 2013

EL VALOR DE LA COOPERACIÓN

La cooperación está en la esencia del ser humano, aunque el modelo de desarrollo actual, hoy en crisis, la ha marginado en favor de la competencia. Por eso necesitamos recuperar aspectos tan necesarios como la creatividad, la autogestión y el apoyo mutuo.

Hacer más de un siglo el etnólogo ruso Piotr Kropotkin demostró el papel fundamental que tienen la cooperación y el apoyo mutuo para el ser humano; entre otras cosas, porque fue el factor determinante en el proceso evolutivo del Homo sapiens. Dicha teoría, que cuestiona la visión de Charles Darwin y pone de manifiesto sus insuficiencias, es sustentada por muchos científicos actuales, entre los que destacan los biólogos Máximo Sandin y Humberto Maturana. Este último afirma que "el origen antropológico del Homo sapiens no se dio a través de la competición, como Darwin planteaba, sino a través de la cooperacicón".

Durante la prehistoria más remota, antes de la aparición de sociedades complejas, los colectivos humanos se organizaron y funcionaron siguiendo criterios solidarios, siendo la acción conjunta, la búsqueda del bienestar y del bien común, lo que incentivó la creatividad y permitió la supervivencia de nuestros primeros antepasados. Pero en poco tiempo, este modo de vida vinculado al matriarcado original pasó a practicarse solo en algunas culturas tribales y colectivos minoritarios, y el predominio del patriarcado, con la consiguiente división jerárquica del trabajo, de roles y de género que comporta, lo fue sustituyendo por relaciones apoyadas en el poder de unos pocos sobre todos, el egoísmo y el individualismo. Comportamientos que la sociedad industrial y el actual sistema capitalista, basado en el trueque competitivo, convirtió en sus iconos.

Resulta interesante constatar que el mamífero humano es la única especie que ha roto aquella forma de relación, innata y natural, basada en la cooperación, la solidaridad, y el apoyo mutuo; comportamiento que, sin embargo, se da en todo el reino animal, como ya demostrara el propio Piotr Kropotkin.

Son muchas las investigaciones realizadas en este sentido. Se sabe, por ejemplo, que una hormiga estresada comunica al instante su estado a las demás gracias a una corriente de feromonas que emite el cuerpo, contagiando de esta manera a todas ellas ante lo cual reaccionan buscando todas las hormigas la forma de resolver el conflicto que se les presenta.

Algo similar describió Karl R. von Frisch, uno de los padres de la etología, en su estudio sobre las abejas. Observó que tienen la capacidad de transmitir a sus compañeras el lugar exacto donde está ubicado el polen que alguna encontró mediante una "danza" compuesta por movimientos horizontales y circulares hecho que potencia la cooperación entre todos los miembros de la colmena y su integración. Por tanto, si ese comportamiento forma parte de la naturaleza animal y de la esencia del ser humano, cabe preguntarse si existe algún factor específico, más allá de los componentes culturales y económicos, que impida su desarrollo y configuración social e imponga por el contrario el modelo individualista y competitivo a toda la sociedad.

Fue el neuropsiquiatra austríaco-estadounidense Wilhelm Reich quien demostró hace ya bastantes décadas que es precisamente nuestra estructura personal y su configuración caracterial, que se articula durante el proceso madurativo, la que refuerza y mantiene dicha dinámica social.

Observamos que hoy el ser humano se relaciona por lo común con su prole, desde el principio de la vida de esta hasta la madurez, de una forma antiecológica, al no satisfacer suficientemente o reprimir incluso las necesidades naturales, imponiendo conductas basadas en el miedo y la violencia, dentro de modelos familiares y escolares que priman el individualismo y la competitividad.

Ello genera un sistema defensivo psicocorporal o "coraza caracteromuscular" que, si bien protege al niño del sufrimiento emocional, en la edad adulta le priva del contacto interno con sus necesidades y potencialidades naturales; entre ellas su capacidad de autorregulación, de amar y de cooperar con los demás, atrofiando a su vez el sentimiento de pertenencia o conciencia ecológica. Los poderes fácticos refuerzan ese estado de cosas a través de la educación, las instituciones sociales y los medios de comunicación.

Esto viene confirmado por las investigaciones que desde hace unos años realiza el psicólogo Michael Tomasello, codirector del Instituto Max Planck de Alemania, según las cuales, los niños que colaboran equitativamente en un trabajo tienden a compartir los resultados y el premio, mientras que cuando lo hacen de forma individual, su motivación y forma de actuar se basan en la obtención del beneficio, por lo que una de las conclusiones de estos estudios es que la "cooperación es una tendencia humana mediatizada por la forma de educar".

Hay que tener en cuenta, además, que ha cambiado vertiginosamente la sociedad en los últimos decenios. Ni tan siquiera sirven ya los esquemas teóricos, las formas de funcionamiento ni la industrial, basados en la necesidad de mano de obra mecánica, y de técnicos especializados para su desarrollo.

Las nuevas tecnologías están eliminando puestos de trabajo de forma vertiginosa, y lo van a hacer mucho más. Nos encaminamos hacia una sociedad en la que las máquinas "inteligentes", al servicio de unos pocos, podrían convivir con grandes masas humanas esclavizadas, desubicadas y sin una ocupación determinada, lo cual comportaría la anulación de la identidad, y por tanto del funcionamiento ecológico. En palabras del escritor Arthur C Clarke, "lo que empezó siendo una novela de ciencia ficción está siendo terminado como reportaje".

En el nuevo paradigma que la sociedad occidental necesita para superar la crisis global y planetaria, un paradigma que el físico Fritjof Capra denomina Ecología Global, el ser humano debería recuperar los cimientos de su naturaleza, siendo la cooperación, la solidaridad y el apoyo mutuo sus principales referencias. Por todo ello, necesitamos hoy, por un lado, romper con esos moldes caducos que han demostrado conducirnos a la barbarie y al agotamiento del planeta, con el riesgo evidente de que nuestra especie se extinga en unas décadas; y por el otro, poner en práctica dinámicas alternativas basadas en modelos de cooperación. Para ello necesitamos los siguientes principios:

* Adoptar, dentro de lo posible, una "racionalidad cooperativa", de manera que los intereses individuales no puedan separarse de los del resto de la sociedad, intentando dejar de lado, tal y como aconseja el filósofo brasileño Mauricio Abdalla, la forma economicista e individualista de pensar y de estar en la realidad que domina ahora. Hay algunas experiencias ocasionales que pueden facilitar esta racionalidad cooperativa. Recuerdo, en ese sentido, una sesión con un grupo terapéutico en la que uno de los participantes manifestó de pronto que, después de tantas horas compartidas a lo largo de dos, finalmente tenía conciencia de quién era; manifestó que había perdido el sentimiento de soledad al darse cuenta de que el resto de las personas  del grupo, de alguna manera, estaban con él. Lo que hacía repercutía en los demás, repercutía también en él. Asocié enseguida su declaración entusiasmada a la frase con la que el gran filósofo de  la complejidad, Edgar Morin, cerró en una ocasión una entrevista "Yo soy quien soy yo, soy tú, soy la humanidad entera".

* Poner los medios necesarios para cambiar radicalmente el tipo de educación, encaminándola, como preconiza Ken Robinson, uno de los adalides del "nuevo paradigma educativo" (autor del elemento, Debolsillo 2011), hacia un modelo en el que impere la colaboración y la cooperación. De lo contrario, nuestros hijos,  por muchos deberes que hagan  y muy brillantes que sean sus expedientes académicos, no podrán desarrollar  sus potencialidades ni elegir una actividad social satisfactoria para ellos mismos y para el colectivo, para la sociedad que les ha tocado vivir.

Apoyar y hacer posible la sostenibilidad de todos los colectivos laborales que están funcionado dentro de modelos basados en la autogestión y en la ecología, donde se sustituye la jerarquía autoritaria por la autoridad de la asamblea y el reconocimiento de las funciones compartidas. Así como los espacios educativos que siguen esa línea. Recuerdo, en este sentido, una escuela libre con la que tengo una relación muy próxima, en la que la asamblea de niños y profesores, a la que denominan con el término de "círculo mágico", es el espacio donde se programan entre todos las tareas y donde se resuelven los conflictos internos que puedan surgir entre ellos.

* Modificar la forma en que se acompaña a los niños y las niñas desde el principio de sus vidas, organizando  sistemas familiares abiertos, expansivos, gozosos, que respondan realmente a las necesidades de sus miembros, y en estrecha colaboración con los espacios escolares.

* Coordinar ambos espacios, el familiar y el escolar, con parámetros ecológicos parejos, de manera que se respeten las ritmos y se confíe  en la capacidad de autorregulación de cada uno, permitiéndoles, para ello, participar desde el principio en las decisiones, tareas y actividades del espacio que comparten todos, reconociendo sus potencialidades, límites e idiosincrasias, para que a su vez cada uno de los miembros pueda reconocer  las potencialidades, límites e idiosincrasias de los demás. Así, el sistema familiar facilitaría a los niños el desarrollo de lo instintivo, de lo innato, de lo esencial, mientras que el sistema escolar le aportaría el sustrato cognitivo, el reconocimiento y la gestión de lo innato a partir de instrumentos concretos, como la organización y el trabajo en grupos creativos y solidarios. Modelo que se haría extensible a los clubes deportivos, de ocio, y a cualquier otro colectivo en el que se desenvuelven los niños.

Estas medidas ayudarían, sin duda, a que las nuevas generaciones, una vez que adquieran su identidad humana y compartan una ética solidaria, sean capaces de afrontar la crisis planetaria en la que estamos con nuevos recursos y nuevas aptitudes, y puedan hacer frente a los retos de nueva sociedad para transformarla en una más humana, justa y solidaria, en la que la vida de todos y de cada uno de nosotros sea mejor.

Xavier Serrano
Psicólogo, sexólogo y
psicoterapeuta
Publicación compartida de Mente Sana

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