martes, 17 de septiembre de 2013

¡NO MEZCLAR!

- Gabriela siempre se está quejando de que yo no le presento a mis amigos. Siempre quiere conocer a los chicos y las chicas de la facultad. ¡me tiene harto!

- ¿Y tú le presentas a la gente de la facultad?

- Yo no la oculto. Si nos cruzamos con alguien por la calle o en una fiesta, yo la presento. Pero lo que ella quisiera es entrar en i mundo de relaciones.

- Que es, si te entiendo bien, justo lo que tú no quieres.

- Bueno ... depende ...

- ¿Depende de qué?

- Qué sé yo. Depende. Si la situación se da de forma natural, está bien. Pero forzar situaciones no.

- ¿Me tomas el pelo? ¿Qué es forzar situaciones? ¿Qué haya una fiesta con gente de la facultad, te inviten y vayas con tu novia? ¿Eso es forzar?

- Sí, claro que es forzar. No tiene nada que ver. Nadie la conoce.

- Esto parece cachondeo, Demián. Yo tenía un primo que antes de comer y antes de cenar se comía un bocadillo porque decía que no podía comer nada con el estómago vacío.

- No veo la relación entre tu chiste y lo mío.

- No, hoy no le ves la relación a nada. Me dices que no hay lugar para Gabriela entre tus amigos porque no la conocen, y tú no le das la oportunidad de conocerlos ...

- ...

- ¿Por qué Demián?

- Porque son personas muy diferentes y ...

- ¿Por qué?

- Porqué Gabriela ...

- ¿Por qué, Demián, por qué?

- ¿Por qué? Para no mezclar.

- ¿Qué quieres decir?

- Claro, yo no quiero mezclar estos dos grupos de relaciones... Y no creas que me resulta fácil. No sólo se enfada Gabriela. La verdad es que también discuto con mis compañeros de la facultad, que también insisten en que lleve a Gabriela. Nadie entiende que quiero que cada cosa esté en su lugar: una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

- Pero dime: esta cosa y esta otra cosa y las otras cosas diferentes de estas cosas, ¿no están acaso anidando todas dentro de ti?

- Sí, dentro sí. Pero fuera no las quiero mezclar.

- ¿Por qué quieres que no se mezclen?

- No lo sé, gordo, pero no quiero mezclarlas.

- No es la primera vez que haces esto, ¿verdad?

- ¿Cómo que no es la primera vez?

- Claro, ya otras veces me has contado lo mucho que te preocupa no mezclar.

- Ah, sí. Creo que alguna vez te hablé de no mezclar a mi familia con mis amigos, a la gente del club con la de la facultad, y no recuerdo cuál más.

- Yo tengo la sensación de que intentas preservar lugares privados que te pertenecen puede ser útil, es cierto. Pero también creo que encasillar los hechos y a las personas de tu vida para que nunca se crucen es demasiado agotador y, a veces, yo diría que incluso peligroso.

- ¿Peligroso por qué?

- Porque me parece que poniendo barreras y limitaciones, los demás empiezan a dudar de su propio lugar y reclaman que les des la posibilidad de compartir contigo tus cosas, sobre todo las que se ve que son importantes.

- Ése es su problema, no el mío.

- No te pongas rígido. Será su problema, pero tú eres quien debe saber que el otro se queda resentido, se siente excluido y despreciado. Ése es el riesgo. Quizá terminas hiriendo a los demás "por no mezclar", arruinas tu relación con ellos por poner barreras.

- Creo que lo hago sólo con mis grupos de amigos, porque realmente están separados.

- Demián: unos meses después de empezar tu terapia, llegaste a la facultad, te habías quedado sin dinero y no querías pedírselo a tus padres. ¿Te acuerdas? Yo, naturalmente, te ofrecí prestarte hasta el mes siguiente, o hasta cuando tuvieras. ¿Verdad?

- Sí.

- ¿Y  recuerdas lo que pasó?

- Si. No lo quise aceptar.

- ¿Recuerdas tus argumentos?

- No, no me acuerdo.

- Me dijiste que te sorprendía, que me lo agradecías, pero que "no querías mezclar". ¿No te suena esta frase?

- Bueno, pero tú no te sentiste ni despreciado, ni excluido, ni nada de eso ...

- ¿Estás seguro?

- ... casi.

- Mientes. No estás seguro en absoluto.

- Mira, contigo no estoy seguro ni de cómo me llamo.

- Te puedo asegurar, Demián, que a veces no importa lo claras que tengas las cosas. Cuando, de corazón, ofreces tu ayuda a otro y ese otro la rechaza porque es estúpido, orgulloso o simplemente porque sí, no tienes ganas de celebrarlo. Lo primero que se te pasa por la cabeza son las ganas que tienes de mandarlo a tomar viento.

- Es verdad. Entiendo.

- Para variar, te voy a contar un cuento.

"Había una vez un hombre que tenía un criado bastante tonto. El hombre no era tan mezquino como para despedirlo, ni tan generoso como para mantenerlo sin que hiciera nada (¡que es lo mejor que se puede hacer con un tonto!). El caso es que el hombre trataba de darle tareas sencillas para que el tonto "sirviera para algo". 

Un día lo llamó y le dijo: 

- "Ve hasta el almacén y compra una medida de harina y una de azúcar. La harina es para hacer pan y el azúcar para hacer dulces, así que procura que no se mezclen. ¿Me has escuchado? ¡Que no se mezclen!".

El criado hizo esfuerzos por recordar la orden: una medida de harina, una medida de azúcar, y que no se mezclen... ¡Que no se mezclen! Cogió una bandeja y fue al almacén.

Camino del almacén repetía para sus adentros: "Una medida de harina y una medida de azúcar, ¡pero que no se mezclen!"

Llegó al almacén.

- Deme una medida de harina, señor.

El almacenero metió el jarro de la medida en la harina y lo sacó colmado. El criado acercó la bandeja y el almacenero vació el jarro encima.

- Y una medida de azúcar - dijo el criado.

De nuevo el almacenero tomó una medida, la introdujo en el gran cajón y la sacó, esta vez llena de azúcar.

- ¡Que no se mezclen! dijo el criado.

- Y, entonces, ¿dónde pongo el azúcar? - pregunto el almacenero.

El otro pensó un rato y, mientras pensaba (cosa que buen trabajo le costaba), pasó la mano por debajo de la bandeja y ¡se dio cuenta de que estaba vacía! Así que, en una rápida decisión, dijo: "Aquí". Y le dio la vuelta a la bandeja derramando, por supuesto, la harina.

El criado dio media vuelta y regresó contento a la casa: una medida de harina, una medida de azúcar y que no se mezclen.

Cuando llegó el señor de la casa y lo vio entrar con la bandeja de azúcar le preguntó: "¿Y la harina?"

- ¡Que no se mezclen! - contestó el criado - ¡Está aquí! - Y en un rápido movimiento, dio la vuelta a la bandeja ... derramando también el azúcar.

Cuento extraído de "Déjame que te cuente..."
Los cuentos que me enseñaron a vivir
Jorge Bucay

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