martes, 6 de mayo de 2014

EL IMPULSO DE LA HUMILDAD

Debemos caminar hacia un modelo basado en el respeto mutuo para volvernos cada vez más sabios al encontrar en cada persona a un posible maestro.

La humildad no solo nos presupone capaces de aceptar y comprender que nada que sepamos, tengamos o seamos nos pone por encimad e ninguna otra criatura del universo, sino que, además, nos obliga a asumirnos falibles, a aceptarnos con defectos y a sabernos efímeros, sin necesidad de que sea convicción implique tener que creernos inferiores o menos que los demás. De ahí provendrá la posibilidad y la aptitud para aprender, de todo y de todos. Desde allí llegaremos sin esfuerzo al más maravilloso de los descubrimientos: solo si no me ubico por encima de los demás (es decir, si nunca me creo superior a los otros), conseguiré no ubicarme jamás por debajo de otros (es decir, sabré que no soy menos que nadie).

En la antigua tradición religiosa oriental, se establece que la principal virtud de un buscador de la Verdad no es "como podría pensarse - su pasión irresistible por encontrarla, sino mantener una inagotable disposición a reconocer que puede estar equivocado. En este sentido, el de la sabiduría y el conocimiento, ser humildes significa también reconocer que nunca sabremos todo de algo, que siempre hay alguien que sabe más que nosotros, que la vida encierra misterios tal vez irresolubles, asumiendo que eso no nos pone en inferioridad de condiciones, sino que nos impulsa a crecer.

La falta de humildad por el contrario, es el pasaporte natural que nos lleva a la arrogancia, la soberbia y la ostentación, el inicio de muchos caminos oscuros e indeseables, como la discriminación, el menosprecio o el abuso de los más débiles o más vulnerables, a los cuales se califican con ligereza de "inferiores".

Como se comprende por lo dicho hasta aquí, la humildad propone un tipo de sociedad bastante diferente de la que actualmente se impone como modelo, especialmente en las grandes ciudades, por lo que se convierte en el gran desafío de la educación en principios y valores de nuestro tiempo. Si lográramos un cambio de actitud global, la humanidad comenzaría a caminar hacia una convivencia en armonía y hacia un modo de vida que permitiera a esta seguir su curso. Un modelo basado en el respeto mutuo y en la apertura que nos permite volvernos cada vez más sabios, al encontrar en cada persona un posible maestro. Digo siempre que hay que ser muy tonto para no querer aprender de los que saben más, pero es necesario ser muy sabio para querer aprender de los que saben menos.

La historia del sabio y el botero ayudará a comprender algunos de estos puntos.

"Un hombre que era considerado muy sabio por todos debía cruzar un río. Cargaba con él varios atados de libros, así que contrató para el cruce a un barquero que solía ganarse la vida haciendo ese trayecto de orilla a orilla una y otra vez. Durante el cruce, viendo la mirada curiosa del barquero sobre su carga, le pregunto si sabía leer y escribir. El pobre hombre contestó negativamente. Con un gesto de despreció, el pasajero le dijó: ¡"Ay, pobre hombre, qué será de tí"!- De repente se levantó un fuerte viento que comenzó a zarandear el bote, amenazando con volcarlo. El barquero le preguntó al sabio si sabía nadar, a lo que el sabio respondió que no, lleno de miedo. El botero lo miro por encima del hombro y sin girarse le dijo: "¡Ay, pobre hombre, qué será de ti!".

El respeto y la humildad deberían ser la moneda más corriente en la relación con el universo.

Respeto a los maestros, a los mayores, a los que más saben, a la ley u a tu pareja.

Respeto por uno mismo, por los propios ideales y por nuestros principios.

Respeto a tus superiores, a tus subordinados, a tus empleados y a tus hijos.

Respeto indiscriminado a los demás, al ajeno, al desconocido y, especialmente, a todos aquellos que no suelen ser respetados.

Una de mis películas favoritas es "Doce hombres sin piedad" filmada por Sidney Lumet en 1957 y protagonizada por Henry Fonda acompañado de un elenco increíble. Una película clásica que, sinceramente, no puede dejar de verse. Su trama gira en torno del respeto a los derechos ajenos y a la defensa de las propias ideas.

Doce personas constituyen el jurado que, encerrado en una habitación debe decidir el fallo sobre la culpabilidad o la inocencia del presunto asesino. El hombre del banquillo es un adolescente acusado de matar a su padre. Por los prejuicios de algunos, por el deseo de terminar rápido de otros, por dejarse llevar por las apariencias o por segir la opinión de la mayoría, once de ellos están decididos a condenar al acusado y empujarlo a morir. Solo uno de ellos interpretado por Henry Fonda, se opone a dar un oto condenatorio y recordando a todos que el voto debe ser unánime, sostiene que es necesario debatir.

- La vida de un hombre, culpable o inocente  - dice el rebelde - merece por lo menos que discutamos los hechos por unas horas.

Durante la película uno a uno, los miembros del jurado se van dando cuenta de que los hechos conocidos no resuelven todas las dudas y uno tras otro va cambiando su opinión, hasta aceptar unánimemente que la vida del acusado no puede quitarse si existe la mínima duda de su culpabilidad, sin importar para nada en esta decisión, si el acusado es negro, blanco, pobre, adinerado, analfabeto o premio Nobel.

Respetar es reconocer el derecho a ser del otro, su cuerpo, su idea, su espacio, su creencia y sus necesidades. Respetar es considerar valioso algo o a alguien por el solo hecho de existir y defender, asimismo, su derecho de ser. Es posible (y también deseable) enseñar y aprender a celebrar y a cuidar todo lo que existe, sin importar mucho lo que sea: un animal, un paisaje, un árbol, incluso las mimas piedras que rodean tu casa lo merecen.

Respetar es respetarse y, por tanto, valorar los logros propios y los ajenos por igual, sin alardear de los primeros y mucho menos menospreciar los últimos.

Tal vez merezca un pequeño espacio en un tipo especial de respeto por uno mismo: el cuidado de la intimidad y la privacidad de nuestro entorno personal y privado, tanto a nivel físico como emocional, una necesidad legitima a la que muchas veces le damos el nombre de pudor.

Abrir sin permiso una puerta cerrada, leer un diario íntimo, abrir los correos electrónicos de los demás, escuchar detrás de una puerta, oir conversaciones telefónicas ajenas, revisar una cartera o un bolsillo. ... so todas faltas de respeto y formas de vulnerar la privacidad y la intimidad de las personas: son verdaderos atentados al pudor que no deberían ser considerados asuntos menores.

Quizá no esté de más aclarar que ese derecho a la privacidad y el sano deseo de defendedla no tiene que ver necesariamente con la vergüenza, un sentimiento tóxico, enseñado a veces sin querer y tras con premeditación alevosa, ligado a una baja autoestima y al juicio crítico y negativo que algunos desarrollan al censurar y condenar lo que son, lo que tienen y lo que hacen.

Alguien que es humilde y respetuoso se reconoce como uno más en el concierto de la humanidad, un poco desafinado quiza, pero intentando siempre sintonizar con la melodía del universo. Los hombres y las mujeres que han destacado en esta orquesta que es la humanidad no han vivido en general alardeando de su talento, sino mas bien reconociendo los hechos fortuitos que los empujaron a sobresalir entre los demás, sin avergonzarse tampoco de ello. Los grandes hombres y las grandes mujeres lo han sido casi siempre a expensas de sí mismos.

Cuentan que en la India había, en el mismo pueblo, dos ashrams. En cada uno de ellos, distantes pocas calles entre sí, dos maestros espirituales daban clases cada tarde a sus seguidores. Un día, uno de estos maestros fue a ver al otro, que, curiosamente, había sido su discípulo muchos años antes.

- ¿Tú crees que sabes más que yo? - le pregunto al joven apenas verlo.

- ¿Cómo se te ocurre, maestro...? Casi todo lo que sé salió de tu boca - contesto el antiguo discípulo con sinceridad.

- ¿Tú crees que eres más didáctico que yo? - volvió a preguntar el otro.

- No, maestro. Creo que tú eres el más claro gurú que he conocido jamás.

- ¿Tú crees, como yo, que la sabiduría es algo que viene con los años y no solo con el estudio?

- Si maestro. Creo firmemente ue la sabiduría es patrimonio de los mayores y que se consigue de haber vivido.

- Entonces explícame algo, por favor - dijo el viejo maestro - Si según tú yo tengo más conocimientos, si, según tú, soy más didáctico y el más sabio de los dos ¿cómo es posible que tú tengas cada día cientos de discípulos que vienen a escucharte mientras yo tengo solo una decena que me sigue?

- Seguramente sea, maestro porque a mí cada día me sorprende que vengan y a ti cada día te sorprende que no vayan.

Jorge Bucay

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