Todos nos damos cuenta de que no podemos tenerlo todo bajo control, y, sin embargo, actuamos como si lo pretendiéramos. Día tras día, nos enfrentamos con una realidad diferente de la que nos conviene, de la que teníamos prevista o de la que, según nuestra lógica, debía suceder. Somos cómplices obligados de todo lo que ocurre, pero no podemos dominar cada alternativa de la realidad, cada causa y cada efecto de nuestro mundo cotidiano. No podemos manejar la azarosa distribución de algunas desgracias, ni la desgraciada aparición de un enfermedad, ni la dolorosa partida de los que queremos. no podemos, y nos cuesta aceptarlo, controlar la conducta, el pensamiento o el sentimiento de los demás. No deberíamos, salvo que estemos dispuestos a pagar un alto precio, pretender controlar siquiera cada una de nuestras propias reacciones, sentimientos o pensamientos.
La humanidad va acercándose, poco a poco a la sabiduría de la aceptación, no como resignación, sino como pérdida de la urgencia: no como decisión de dejar todo tal como está, sino como la conciencia de trabajar para el cambio desde la realidad que se plantea; no como la imposible pretensión de controlar sus emociones, sino como la sensata idea de poder decidir cómo actuar con esas emociones.
La frustración es parte importante de la vida y, por supuesto, el motor de nuestro desarrollo y crecimiento. Vivir más relajados es la única posibilidad de vivir más y mejor. Aceptar que el mundo está inmerso en una evolución constante es estar en sintonía con esa evolución y vivir en sintonía con el cambio.
En un mundo de cambios tan rápidos como constantes, aferrarnos a lo que fue es la garantía de una realidad penosa e ineficaz. Aprender a fluir con los que nos sucede, aceptar los cambios, dejar de analizarlo todo y renunciar al control sobre las cosas son condiciones indispensables para poder vivir el presente.
El fluir esta orientado al presente, el control, hacia el futuro y el pasado. Cuando nos dejamos ser, nos volvemos más receptivos. Todo fluye más naturalmente si nos dejamos fluir con lo que sucede. Como decía la escritora y terapeuta gestáltica Barry Stevens "NO EMPUJES EL RÍO". Si decidiéramos preguntar cuál es la fuerza que propulsa el río inagotable del fluir de la vida, la respuesta sería evidente: la fuerza de nuestras emociones. Bloquear nuestro mundo emocional, frenar nuestros sentimientos, anular nuestra pasión o interés por cada cosa que existe a nuestro alrededor sería, siguiendo con la metáfora, "como poner un dique de contención a un caudaloso río. Frenando el fluir del agua, esta comenzaría a enrarecerse, el líquido antes cristalino y fresco perdería sus propiedades naturales hasta volverse tóxico y, seguramente, antes o después, terminaría por desbordar este dique, produciendo daños".
Y sin embargo, para que exista un río, es necesaria la fuerza natural del agua, pero también un cauce que imponga una dirección, una contención, un sentido. Llevar una vida sana no consiste en liberar las emociones sin más. Las emociones, como un río caudaloso, deberían fluir encauzadas, y las acciones que de ellas resulten podrían así ser protegidas, cuidadas, constructivas y congruentes.
"No se trata de
"hacer lo que siento"
sino de
"elegir qué hacer con lo que siento".
Aprender a reconocer y a aceptar nuestras emociones, darles nombre e identificar su origen, es por fuerza el primer paso para reflexionar sobre qué acción deberemos llevar a cabo para dar trascendencia a esa emoción; algo muy distinto a actuar siguiendo impulsos con el solo propósito de aliviar la tensión que nos genera su empuje.
Imagina que existe en ti un interruptor que habilita o anula la decisión de intentar controlar lo que sucede. No puede ser saludable vivir controlándolo todo, pero me gusta decir que hay un único control que es indispensable para permitirse una vida sana: es el control sobre ese interruptor. Cada uno debería ser capaz de juzgar con propiedad en qué situaciones y en qué circunstancias es necesario, conveniente y útil ponerlo en posición "ON" y controlarse, y reconocer cuando ese control es inútil y enfermizo para poder desactivarlo. La sugerencia es mantener el interruptor en "OFF" todo el tiempo que podamos. Cuando sientas la tentación de abrirlo, cuando sientas que empiezas a enfadarte porque las cosas no están sucediendo como tú querrías, antes de tocar el interruptor, respira profundo, coge un poco de distancia de los hechos y date tiempo. Y si después de hacerlo sigues pensando que lo mejor es activar el control sobre tu conducta, actívalo el menor tiempo posible. Esta habilidad, como cualquier otra, se obtiene con la práctica, así que entrénate y no te sorprendas ni te reproches nada a ti mismo si al principio te parece imposible o si no lo consigues hacer en cada momento.
El todo caso, y mientras no lo consigas, ríete de ti y de tus fallidos intentos de transformarte en un monje zen. Y mientras desarrollas este absoluto control sobre el control, intenta trabajar en estos tres desafios:
* Ocúpate con devoción de transitar cada día más espacios, más relaciones y más situaciones en las que el control sea absolutamente innecesario.
* Construye vínculos en los cuales defenderte o estar alerta no sea parte del trato.
* Moldéate una vida en la cual la sorpresa sea siempre más atractiva que la confirmación de los hechos previstos.
Jorge Bucay
"El fluir está orientado al presente;
el control, hacia el futuro y el pasado.
Cuando nos dejamos ser,
nos volvemos más receptivos."
Jorge Bucay
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