sábado, 27 de julio de 2013

RECUPERAR NUESTRA HUMANIDAD

Ser "humano" significa estar en contacto profundo con uno mismo y con los demás.

Para ello es necesario recuperar nuestra capacidad de placer, integrar valores éticos en nuestra conciencia y transformar la competitividad en colaboración.

Algunas experiencias vitales para nuestro desarrollo no las hemos podido vivir o las hemos vivido de forma sesgada y ahora es tiempo de reflexionar sobre nuestra humanidad. Quizá, incluso, sea necesario un "nuevo humanismo".

El humanismo es el pensamiento que da valor y dignidad al ser humano, al colocarlo en una posición privilegiada en el mundo. La historia de la humanidad ha contemplado momentos de auge de este pensamiento y momentos de eclipse. Así, se ha hablado de un humanismo antiguo desarrollado por la filosofía y la literatura griega y romana. Más cercano a nuestros días, encontramos el humanista renacentista, que contrapone, a la visión del hombre medieval, un hombre que recupera la creatividad, su capacidad de transformar el mundo y su deseo de construir con esfuerzo su propio destino. En cambio, en el momento actual parece que vivimos un período de desvanecimiento del valor de la vida del ser humano: la competitividad, la productividad, la aceleración de la vida cotidiana, el vaciamiento de la relaciones sociales, la tecnificación omnipresente y el aislamiento en un mundo sobrepoblado hace que muchos nos sintamos cada vez más vacíos, más solos y, ¿por qué no decirlo?, más frustrados. Es necesario que retomemos de nuevo el pulso a la vida y pongamos al ser humano en el centro de los procesos sociales. Pero ¿cómo podemos recuperar nuestra humanidad? Creo que existen tres factores clave que pueden permitírnoslo.

EN PRIMER LUGAR, recuperar nuestra capacidad de placer. Entenderemos el placer en un sentido amplio: disfrutar de todos los momentos de nuestra vida, de las relaciones con nuestra pareja, en el trabajo, con nuestros hijos, en un paseo por la montaña, con una puesta de sol o durante una conversación con los amigos. Esta actitud expansiva es, de acuerdo con el psiquiatra Wilhelm Reich, la manifestación básica de la vida, pero el peso de la cultura impide su expresión y la transforma en contradicción y, por tanto, en destructividad y sadismo social. Para recuperar nuestra humanidad es necesario conectar con nuestro cuerpo, con nuestro ritmo, con nuestras necesidades, entenderlas y poner los medios para su satisfacción.

Como padres y educadores, debemos facilitar la expresión de las necesidades reales de los más jóvenes para que vayan conectando con ellos mismos, afirmándose en su ser. Pero para vivir con placer lo que hacemos, necesitamos el amor. Tan solo con amor podemos afrontar cada instante de nuestra vida con dedicación y abandono. El amor es una fuerza tan poderosa que favorece el crecimiento y el desarrollo de los seres vivos, facilita la felicidad restañando las heridas y permite la alegría ahuyentando la tristeza. Debemos reinventar nuestro mundo, nuestras relaciones basándolas en el amor. Tan solo así podremos recuperar el placer de vivir.

EN SEGUNDO LUGAR, sería necesario recuperar una serie de valores éticos que nos permitan estructurar la vida social y encontrarle un sentido. Sin embargo, los valores que permiten arraigar la vida de los seres humanos no deben surgir en nosotros por imposición de nadie, ni deben ser asumidos mentalmente por miedo al castigo divino o humano. Para que los valores tengan sentido realmente, deben surgir desde nuestra propia naturaleza o como algo vivido a lo largo de nuestro desarrollo. Solo los humanos reflexionamos sobre una ética que nos permita encontrar sentido a nuestra existencia individual y social como especie.

De acuerdo con Jean-Jacques Rousseau, la ética ha de fundamentarse en la naturaleza humana, y en concreto en dos sentimientos básicos, "el amor a sí mismo" y "la piedad". El "amor a sí mismo" sería equiparable al instinto de conservación que busca satisfacer nuestras necesidades para subsistir y adaptarnos. Pero Rosseau diferencia el "amor a sí mismo" del "amor propio" o egoísmo, que surge en la sociedad y es la causa de la degeneración del ser humano. El "amor propio" nos induce a compararnos con los demás y a buscar que los demás nos tengan en cuenta, multiplicando nuestras necesidades hasta l esclavitud. La "piedad", por su parte, sería la repugnancia natural a ver perecer o sufrir a otro ser sensible y fundamentalmente a nuestros semejantes. Rousseau considera la "piedad" la base de la moral y sostiene que sin ella seríamos como monstruos. A partir de estos dos sentimientos naturales se desarrollaría tanto la moral como forma de relación humana, como el derecho natural como sistema normativo para regular nuestra organización social.

Relacionado con el concepto de "piedad" de Rousseau, está el moderno concepto de "empatía", entendido como la capacidad de comprender e incluso sentir las emociones y los afectos del otro. En la actualidad se considera la empatía como una disposición natural, innata, que se pone en funcionamiento en los seres humanos mediante dos procedimientos: la observación de un conflicto en el cual el observador tiende a tomar partido por una de las partes y la narración de la historia mediante las cuales el observador busca ver y comprender el mundo con los ojos del otro. Ambos procedimientos comienzan a darse con las primeras experiencias infantiles de socialización. No obstante, para que esta capacidad empática se integre de forma adecuada, necesitamos sentirnos acompañados y respetados, al mismo tiempo que protegidos.

Una relación respetuosa con el ritmo de crecimiento de nuestros hijos, con la satisfacción de sus necesidades y con la expresión de sus sentimientos, permiten un incorporación a la conciencia de su imagen corporal y de su yo real. En caso contrario se produce una pérdida progresiva del contacto con nuestro cuerpo y, para compensar esa perdida, se crea una imagen idealizada de uno mismo y una incapacidad de conectar con nuestros sentimientos.

EN TERCER LUGAR, debemos transformar nuestra competitividad en cooperación o al menos contribuir a que exista un mayor equilibrio entre la competitividad y la cooperación. A medida que se ha ido desarrollando la sociedad industrial, hemos ido cayendo en el individualismo y la competencia. La vida social ha pasado a convertirse en una lucha por la supervivencia en la que nos han hecho creer que el que triunfa es el más fuerte, el más dotado. En el trabajo, en las aulas, en los equipos deportivos, en demasiados ámbitos de la vida social, nuestros compañeros se han convertido en nuestros competidores, transformando la franqueza y la aceptación en desconfianza y envidia. Los trabajos y las actividades humanas, en general, se han llenado de rutinas mecánicas y normas rígidas que impiden ver al otro en su singularidad. La incorporación masiva de la tecnología en la sociedad ha contribuido a aislarnos y convertir nuestra relación con el otro en algo maquinal y frío. Debemos y podemos tomar cartas en el asunto y transformar esta forma de vivir nuestras vidas que nos lleva a la infelicidad y el vacío existencial.

No somos animales competitivos, egoístas y sanguinarios, sino animales sociales: buscamos la relación, la comunicación y la cooperación. Algunos etólogos han concluido que somos animales "parlanchines" que buscan el contacto por el placer de hablar y estar entre nuestros congéneres. Cuando nos sentimos mal o inquietos, nos encanta que nos escuchen, eso nos relaja y suaviza el malestar. También nos gusta enseñar lo que sabemos, compartir conocimientos y sentirnos acompañados en nuestra forma de ver el mundo. Los niños pequeños, y la mayoría de las personas a lo largo de la vida, buscamos amoldarnos al grupo para sentirnos cómodos. La antropología ha demostrado que las hazañas más importantes de nuestra especie son producto de empresas cooperativas o grupos humanos que interactúan para la consecución de un fin determinado: como la caza, la división social del trabajo o la organización familiar. Por algo, los griegos definieron al ser humano como un ser social por naturaleza. O como dicen los antropólogos modernos: el homo sapiens está adaptado para actuar y pensar cooperativamente. El psicobiólogo Michael Tomasello ha demostrado que los niños pequeños tienden a cooperar y a ayudar en muchas situaciones. Esta inclinación no surge porque los padres refuercen ciertos comportamientos cooperativos. En sus experimentos ha demostrado que los niños tienden a comprender la situación de quien se encuentra en dificultades y por eso le prestan ayuda. A medida que ganan independencia, se vuelven selectivos y ofrecen su cooperación a personas que no se aprovechen de ellos y tiendan a devolverles el favor. Tomasello deriva esta cooperación de la idea de "mutualismo": todos nos beneficiamos de la cooperación pero solo si trabajamos juntos, si colaboramos. En los seres humanos, lo más eficaz como sociedad no es la rigidez de las funciones sociales, sino la cooperación y la capacidad de llevar a cabo proyectos juntos que generen expectativas mutuas.

Reinventarnos no pasa por crear un ser humano mitad hombre y mitad máquina, sino por corregir las derivas que nos impiden conectar con nuestra naturaleza humana y vivir nuestra vida individual y colectivamente de manera más placentera y completa. Pasa también por recobrar el sentido de nuestra existencia recuperando los valores propiamente humanos, la capacidad de placer, la cooperación y la comunicación con nuestros semejantes.

Xavier Torró
Profesor de filosofía,
psicólogo y terapeuta reichiano.

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