lunes, 24 de febrero de 2014

EL MEJOR REGALO DEL MUNDO

La inteligente princesa de un reino descubre cuál es el mayor obsequio que un ser humano puede recibir: Atención.

El reino de Lucernia era extremadamente próspero pese a tener un monarca de pocas luces. Sus tierras eran tan fértiles que las verduras crecían con asombrosa rapidez y se obtenían más de cuatro cosechas al año sin que los agricultores hicieran apenas nada. Había agua en abundancia, los animales de las granjas producían sin cesar. Nunca faltaba comida en las casas y el superávit de alimentos permitía comerciar con otros reinos. El flujo de porcelanas de Oriente, finas sedas y muebles de los mejores artesanos del mundo era constante.

En medio de esa riqueza, la princesa Samina, de gran belleza e inteligencia a diferencia de su padre, acababa de alcanzar la mayoría de edad. Era tradición que tomara esposo antes de un mes. Cada mañana, recibiría en palacio a los pretendientes y valoraría sus regalos. Aquel que conquistara su corazón sería el elegido.

La llegada de los pretendientes desde los cuatro puntos cardinales levantó gran expectación. En la primera jornada, la población se agolpó a las puertas de palacio para contemplar lo que traían los que aspiraban a ganarse a la heredera del trono.

Un reyezuelo africano trajo como ofrenda una docena de elefantes cargados de oro, pero ni siquiera consiguió que la princesa levantara la cabeza. Humillado, tuvo que volver a su lejano país de origen con su pesada carga.

Del Norte llegó un escultural joven que portaba un zafiro grande como un puño, extraído de las profundidades de la tierra helada. La princesa abrió los ojos, admirada ante el tamaño de la piedra preciosa, pero acto seguido volvió a bajar la cabeza.

Un latifundista del Este le mostró un mapa con sus posesiones, que multiplicaban por cinco los territorios de Lucernia. Fueron poca cosa para Samina.

Mientras tanto, en la comarca más lejana y olvidada del reino, un joven labrador era arrojado al camino por su padre con un saco vacío.

- Ve hasta el palacio donde la princesa recibe a sus pretendientes y pilla todo lo que puedas.

- Pero padre... - se escandalizó el chico - ¡Eso es robar!

- No digo que robes, sino que recojas aquellos obsequios que acaben abandonados, sea por descuido o por rabia. Ser rechazado en el amor es un mal asunto, sobre todo para los caballeros de buena cuna y muchos preferirán arrojar al suelo su regalo antes que volver con él a sus tierras como muestra de fracaso.

El joven labrador se puso en camino con los pocos víveres que le había dado su padre. Estuvo tres días y tres noches caminando para llegar a la capital del reino.

Acostumbrado a su estrecho terruño, quedó fascinado por las elegantes plazas y calles con que se encontró. Observó la magnificencia de las casas y los sofisticados vestidos y trajes que lucían los capitalinos.

A su lado, pensó, parecía un indigno pordiosero que no tenía donde caerse muerto. Avergonzado, corrió a mezclarse con el pueblo llano hasta llegar a la entrada de palacio. Allí se quedó boquiabierto al ver la larga cola de pretendientes que iban pasando lentamente hacia el interior, donde, desde su trono, la princesa consideraría sus ofrendas.

"Hay demasiados curiosos aquí afuera", se dijo el labrador. "Si quiero meter algo en este saco, tendré que confundirme con los pretendientes y estar atento por si cae algo".

Dicho y hecho, se pegó a la espalda de un fornido cazador que portaba en cada una de sus manos un ave del paraíso.

Otro de los pretendientes, un noble que sostenía unos zapatos de lujosos engarces, se fijó en el saco liso del chico y le provocó:

- Eh, tú mequetrefe. ¿Qué llevas ahí?

- Pétalos de rosa.

El labrador tuvo que aguantar un estallido de risas a su alrededor.

Ya estaban cerca del trono y el chico no había encontrado ningún obsequio huérfano, como había supuesto su padre. De repente vio a la princesa Samina que, con cara de fastidio, atendía a cada uno de los pretendientes.

Era la muchacha más bella que había visto en su vida. Tal fue la impresión que le causó, que siguió hipnotizado en la cola hasta plantarse ante ella.

La princesa se fijó en sus ropas humildes y en aquel saco y le preguntó:

- ¿Qué has traído joven labrador?

- Nada.

- Por el polvo de tus zapatos, adivino que vienes de muy lejos.  ¿Has hecho un camino tan largo por nada?

Los pretendientes en la cola empezaron a proferir murmullos de burla. El chico no quería quedar como un tonto ante la princesa, así que le respondió:

- Solo puedo darte una pregunta y mis oídos para escuchar tu respuesta. Es todo lo que tengo.

La princesa le miró admirada y dijo:

- Adelante con la pregunta.

- Aquí todos vienen con cosas que no has pedido ni necesitas. Mi pregunta es: ¿qué quieres tú princesa?

- Si te soy sincera, nada.

- Pues nada es justamente lo que traigo en este saco - repuso triunfal el labrador. - Si aceptas mi regalo, es todo tuyo.

La princesa respondió con una luminosa sonrisa. A continuación, mandó despedir a los pretendientes que aún aguardaban. Había encontrado en el labrador, que le había ofrecido su atención, el mejor regalo del mundo.

Francesc Miralles
Escritor y periodista

No hay comentarios:

Publicar un comentario