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Volver a la inocencia original y emprender el camino de la responsabilidad nos permitirá convertirnos en agentes de cambio.
Los evangelios apócrifos aportan una versión muy poco conocida del mito de la Pérdida del Paraíso: cuentan que tras la expulsión del Edén, Adán fue a vivir al Valle de Hebrón y a los 932 años sintió que su muerte se acercaba y envió a su hijo Set de regreso al Paraíso para recoger el óleo de la misericordia, Set emprende el camino siguiendo las huellas de Adán y Eva, por un sendero en el que no ha crecido la hierba desde el destierro. A las puertas del Edén, el arcángel Miguel le cierra el paso y le dice que aún no ha llegado el momento para el perdón de Adán, pero se vaticina que de la tumba del primer hombre brotará el árbol que redimirá a la humanidad. Set mira entonces hacia el Paraíso y contempla un árbol magnifico con un niño en la copa. El ángel le dice que es el segundo Adán, futuro redentor de la humanidad y le entrega tres semillas del fruto del árbol prohibido, ordenándole que a su regreso coloque estas simientes en la lengua de su padre, que morirá al cabo de tres días. Cuando Set regresa, Adán ríe por primera vez desde su destierro, pues comprende el mensaje de esperanza que le trae su hijo. Tras su muerte, de las semillas brotan tres árboles, un ciprés, un pino y un cedro, que entrelazan sus raíces y unen sus ramas formando uno solo, el más noble árbol del Líbano. Con el tiempo, será trasplantado y cuidado por Moisés y David, del paraíso su madera prodigiosa llegará a manos de Salomón y con ella los romanos construirán la cruz de Jesús, que plantarán sobre el cráneo de Adán en el Gólgota. La sangre de Cristo bautiza así la calavera del ancestro de la humanidad redimiendo los pecados de su especie.
Todas las culturas comparten esta mítica historia de cómo perdimos al mismo tiempo la paz interior y el equilibrio que nos nía indiscutiblemente a la Tierra y al resto de los seres vivos en un perfecto entendimiento. Se diría que es la crónica de la evolución humana, que accede a una conciencia individual a costa de la pérdida del nexo con la naturaleza. En la versión judeo-cristiana es el momento en el que adquirimos la conciencia del bien y del mal, la moralidad y por lo tanto, la conciencia de la transgresión.
Estos relatos de gran interés filosófico y simbólico, ayudan a reflexionar sobre nuestra identidad y la nostalgia del paraíso, pero hay que distinguir también aspectos oscuros que sostienen códigos equívocos o destructivos. El Génesis bíblico condena especialmente a Eva por haber cedido a la tentación. A partir de aquí, el influjo de esta proyección ha justificado durante milenios el papel dominante del hombre sobre la mujer. Otros mitos genésicos y fundacionales parecen construidos para justificar el dominio de una raza, nación o régimen aristocrático o inoculan conceptos como el de "pecado" capaces de anidar en nuestro inconsciente atrapándonos en una telaraña de culpabilidad.
La educación resulta determinante para cultivar espíritus libres e independientes o bien sometidos a "pecados originales" y otros programas religiosos e ideológicos que pueden marcar de manera indeleble la psique humana. El sentimiento de culpa se vuelve patológico y destructivo en forma de remordimiento o se convierte en arma arrojadiza contra los demás. Podríamos así expresar una infinidad de rostros conocidos para un mismo sentimiento: culpa del padre que cree no haber educado bien a sus hijos, culpa del hijo que cree que no dedica tiempo suficiente a sus padres, ... Incluso, quienes sufren malos tratos llegan a sentirse culpables en vez de victimas y los supervivientes de un trágico accidente se culpan por haber sobrevivido.
Lo cierto es que nacemos desnudos e inocentes y nos vamos vistiendo trajes de culpa conforme asumimos errores reales o ficticios, propios o ajenos. Es necesario tomar conciencia de todos estos absurdos y recurrentes programas de nuestra psique y recobrar la inocencia original que permanece incólume en el fondo de cada uno de nosotros.El error o el desencuentro pueden ser inevitables, pero en vez de entrar en la espiral del rencor o la autoflagelación, podemos asumir, revisar, restaurar lo que corresponde y soslayar el círculo pernicioso de víctimas y verdugos. La culpabilidad pertenece siempre al pasado, y el sentimiento contrapuesto es la responsabilidad que se dirige al presente y al futuro. Es hora de declarar que el pecado no existe, que no hay ley del karma, ni entidad superior que nos juzgue o condene: incluso el más horrible crimen no deja otro rastro en nuestra alma que el que uno mismo asume y el único castigo, al margen de la justicia humana, es el que uno se impone más o menos conscientemente con remordimientos o las distintas "penitencias" con las que tratamos de reparar y expiar el daño. Asumir estos mecanismos, recuperando la moral natural y el camino de la responsabilidad, puede ser el principio del proceso que nos libere de los círculos opresivos propios y ajenos. Y si todo lo dicho es aplicable a la psicología individual, lo es también para la relación saludable con la sociedad y el entorno.
Las leyendas de paraísos de todas las culturas explican que el ser humano no encontrará la paz interior hasta que vuelva a entenderse con la propia tribu, a aprender el lenguaje del resto de los seres vivos y de la Tierra que nos sostiene.
En este sentido, el fallo global de la convivencia, político y ecológico, señala la necesidad de edificar una nueva realidad, una economía y una sociedad sostenibles y coherentes. No podemos aceptar, por ejemplo, el discurso de quienes nos culpabilizan acusándonos de haber vivido por encima de nuestras posibilidades para ocultar políticas corruptas e irresponsables. Pero tampoco podemos limitarnos a votar cada cuatro años y echar la culpa de todo a la ineptitud de los políticos. Se trata de abandonar los discursos moralistas y tomar las riendas de nuestra vida convirtiéndonos en agentes de cambio.
Hace ya muchos años, mi amigo el baseritarra José María Isarasola me enseñó junto a su caserío guipuzcoano un magnifico bosque de plátanos de sombra, con árboles de más de 25 metros de altura y troncos rectos y limpios. Me contó que siendo un chaval, un día bajo al pueblo con su padre, recogieron las podas de los plátanos de la plaza y esa misma tarde las pusieron a modo de estacas, clavándolas simplemente en un prado cercano. Allí arraigaron hasta formar un espléndido bosque en el que 60 años después, posaba para la foto con el orgullo de quien ha construido él solito una catedral viva. Isarasola me confesó que si alguna vez necesitaba dinero, allí tenía fiados sus ahorros, en aquella madera tan apreciada por los aserraderos. Pero añadió que mientras no le hiciera falta, su bosque seguiría allí.
Mi amigo Isarasola había suscrito un seguro de vida y un plan de pensiones en una tarde en la que decidió intervenir en bonos de futuro, como se diría hoy. Con un simple gesto se hizo pastor en vez de oveja, permanentemente necesitada de balar por culpas ajenas. Quizá sea más fácil de lo que parece empezar a construir esa nueva realidad, a asumir en lugar de delegar; a sacudirse la queja y la impotencia y dejar de renegar contra los gobiernos de turno para enfrentarlos de un modo crítico y proactivo.
Vivimos una era extraña en la que casi nadie cultiva su alimento y las compañías de seguros han sustituido la solidaridad vecinal. La gestión del paisaje que hicieran nuestros abuelos, plantando y cuidando los montes, parece cosa de otros y así hemos ido externalizando y delegando nuestras responsabilidades, hasta el punto de que políticas básicas, de salud, educación o alimentación se dictan desde lugares opacos y alejados de nuestros intereses. Es hora de recuperar saberes y formas de vida qe vuelvan a empoderarnos y nos devuelvan el orgullo, la dignidad y la alegría de la gestión justa y corresponsable. Porque el camino contrario nos lleva a la esclavitud de un sistema que no respeta al ser humano ni a la naturaleza que lo sustenta. "Terminamos culpando de nuestra situación a financieros, políticos, empresas o gestores y lo hacemos en gran parte con razón, pero es preciso plantear otras opciones: la creación de espacios comunes e independientes de educación, encuentro y creatividad, la austeridad como forma de vida coherente, la solidaridad y la empatía, la autogestión de nuestros alimentos a través de cooperativas, el cultivo de huertos y la producción de intercambio de las propias semillas son algunas de las infinitas formulas para construir alternativas críticas y positivas. El bosque de Isarasola evidencia que es posible recobrar la ilusión y la inocencia original, que contra la culpabilización y la vergüenza no hay antídoto más eficaz que el orgullo y la actuación coherente, impecable y justa.
Ignacio Abella
Naturalista
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