jueves, 13 de diciembre de 2012

EL LEGADO DE LOS MAYAS

HACIA UN MUNDO MÁS ESPIRITUAL
 

El 21 de diciembre de 2012 está señalado en los calendarios mayas como un fin de ciclo, algo que algunos han interpretado como un anuncio del fin del mundo. Lo cierto es, sin embargo, que en este período de crisis global en que nos hallamos, la tradición maya pueda aportarnos inspiración para un renacer de la conciencia.
 
Desde hace algunos años se viene considerando el 21 de diciembre de 2012 como una fecha fatídica. Algunos dicen que el calendario maya lo señala como un fin del mundo, otros, en cambio, lo consideran una frontera hacia la Era de Acuario o New Age. Pero ¿Cuál es el significado real de esta fecha?
 
¿Es posible que los antiguos indios de América predijeran el fin del mundo? Si no es así,  ¿Cçomo debemos interpretar su calendario? Y más importante aún: ¿qué puede aportar una civilización arcaica como la de los mayas a nuestra moderna sociedad llena de avances tecnológicos? Para poder "escuchar" su respuesta vamos a trasladarnos a las tierras de Mesoamérica, en las que a pesar del tiempo, la conquista y la devastación europea, esa tradición sigue viva.
 
Los historiadores desconocen la antigüedad exacta de las primeras culturas que poblaron los territorios en torno a la península de Yutacán, y que hoy corresponden a México, Bolivia, Guatemala, Nicaragua, Belice, El Salvador y Honduras.  como fecha orientativa se dice que una de las más antiguas, los olmecas, pudo desarrollarse unos mil años antes de Cristo en las playas del golfo de México.
 
En la época llamada clásica, que coincide, aproximadamente con el inicio de la era cristiana europea, destaca la cultura asentada de Teotihuacán, cuyo nombre significa en la lengua azteca "ciudad donde uno se convierte en dios"; una urbe con templos de hasta sesenta metros de altura y avenidas de ocho kilómetros, y que llegó a acoger a 125.000 habitantes. Al suroeste, cerca del valle de Oaxaca y en torno a Monte Albán, vivieron los zapotecas entre el año 300 y el 600; al este, hasta la península de Yucatán, levantaron los mayas sus enigmáticos asentamientos Tikal, Palenque, Copán o Chichén Itzá, que deslumbran por su perfección y por el rotundo impacto visual que rompe el caos de la selva con su armoniosa simplicidad geométrica.
 
Por último, entre el 900, año en que los mayas desaparecieron de modo brusco e inexplicable, y la conquista española, las dos culturas más sobresalientes fueron los toltecas y los atzecas. Los primeros provenían de Aztlán, la "tierra en medio de las aguas", a la que cuesta trabajo no identificar con la mítica Atlántida. A pesar de esta variedad de culturas, lenguas, etnias, pueblos y organizaciones sociales que aún sería mayor si consideráramos el norte y el sur del continente americano, podemos afirmar que existió una tradición común anterior a la llegada de Cristóbal colón, que se mantiene viva, aunque con enormes dificultades, en los más de cincuenta millones de indígenas americanos actuales, a quienes únicamente puede considerarse " primitivos" desde una óptica moderna que desconoce los fundamentos de las civilizaciones tradicionales. Si queremos comprender a los mayas y encontrar respuestas a nuestros interrogantes, tendremos que superar los prejuicios occidentales y explorar el territorio invisible con el que los hombres y las mujeres de todas las tradiciones mantienen una conexión sagrada.
 
Podría decirse que nuestra civilización se desarrolla únicamente en un plano horizontal: estamos atados a la tierra, a lo material, a aquello que podemos ver, oír, tocar y medir y que creemos controlar. Por el contrario, los mayas, incluidos sus descendientes actuales, son conscientes del plano vertical que constituye e lazo de unión entre el cielo y la Tierra. De este modo, su conocimiento va más allá de lo material ya alcanza las fuerzas invisibles que rigen el cosmos.
 
Este es el motivo por el que los habitantes de las sociedades modernas, dominados por el ansia de consumo, buscan con desesperación fragmentos de espiritualidad perdida, mientras los indígenas de América viven inmersos en la tradición y conectados a los ritmos de la naturaleza. Para los mayas, el espacio y el tiempo están unidos en una estructura organizada en la que cada ser tiene su lugar concreto, su destino y su propósito, conectando el mundo celeste con el terrenal, de ahí que su minuciosa observación del universo y de los astros se reflerará en la organización social y de la vida cotidiana. os movimientos del Sol, la Luna, los planetas y las estrellas sirvieron a los antiguos mayas para precibir y medir el tiempo de forma cíclica.
 
Esta conexión con el cosmos le permitía el acceso a un conocimiento sagrado que podemos sintetizar en res principios fundamentales. El primero es la visión del hombre como intermediario entre el cielo y la Tierra, entre el macrocosmos y el microcosmos. En las grutas de Oxtotitlán una representación de hace unos tres mil años muestran a un chamán con máscara de serpiente, una figura que después evolucionaría hasta la serpiente desplumada, símbolo de la unión de la Tierra y el Cielo.
 
El segundo es la responsabilidad de que tiene el ser humano de conservar el mundo; según los mayas, los seres sobrenaturales crearon el universo para que el hombre lo preservará, una tarea que hoy denominaríamos ecológica.
 
Finalmente, el tercero es la concepción del centro como punto de unión entre lo material y lo espiritual. Los mayas denominaban "guerra florida" a la lucha interior para reconciliar materia y espíritu. Jeroglíficos y representaciones artísticas repiten con múltiples variantes una figura consistente en un cruce de caminos en cuyo centro aparece un ojo: son los complementarios unidos por el corazón, el quinto elemento, la dirección vertical que rompe la horizontalidad de la cruz. todas estas concepciones se mantienen vivas en los mayas actuales, que continúan practicando los mismos ritos y teniendo los mismos símbolos. Incluso se rigen por el mismo calendario y sus templos están como los de Copán o Palenque, orientados en función de los astros, especialmente hacia el paso del sol por su cenit y a la salida y puesta de las estrellas.
 
La precisión de estos observatorios y la complejidad de los conocimientos matemáticos y astronómicos de los mayas se concentran en sus calendarios. Por una parte, utilizaban un calendario muy peculiar llamado tzolkin, que constaba de 260 días divididos en 20 semanas de 13 días, que probablemente estaba relacionado con Venus o con la gestación humana y se utilizaba en ceremonias religiosas y pronósticos. Por otra, tenían un calendario solar de asombrosa precisión, el haab, de 365,2422 días divididos en 18 meses de 20 días, a los que sumaban cinco días considerados acíagos. Combinándolos, se produce una coincidencia de fechas cada 18.980 días, o lo que es lo mismo, 52  años tzolkin o 73 años haab, que señalaba el fin de un siglo maya, considerado el fin del mundo. Se celebraba entonces la ceremonia del "fuego nuevo" para pedir a los dioses otros 52 años.
 
Junto a estos calendarios, los mayas utilizaban una serie de períodos de tiempo que denominaban la Cuenta Larga: kin (un día), uinal (20 kines), tun (18 uinales), katún (20 tunes), baktún (20 katunes). Puesto que se ha establecido que el punto cero de la cuenta del tiempo maya equivale al año 3114 antes de Cristo en nuestro calendario, el año 2012 marcará el final del trece baktunes.
 
Por este motivo, sin mayores fundamentos, se ha considerado una especie de profecía del fin del mundo. Sin embargo, tanto los mayas antiguos como los actuales lo consideran el final de un ciclo de tiempo que se inserta en otros ciclos mayores denominados pictún (unos 7.890 años solares), kalabtún (158.000 años) kinchiltún (tres millones de años) y alautún (63 millones de años). En otras palabras, estos períodos de tiempo son la expresión maya de la doctrina de los ciclos, común a todas las civilizaciones tradicionales: los finales de ciertos períodos de "descenso" hacia el materialismo extremo marcan una transición hacia cambios de conciencia y un nuevo renacer de lo trascendente, del ascenso a la dimensión espiritual.
 
Esto significa que nos hallamos en un periodo de crisis global, de evolución, de cambio profundo, que no hay por qué considerar negativo o destructivo, ya que en todo mal aparente puede esconderse un bien: tras cada final hay siempre un nuevo comienzo, y tras cada muerte, individual o de una civilización entera, un nuevo nacimiento. Entre tanto, la tradición maya puede ofrecernos inspiración para dar mayor sentido a nuestras vidas: crecer internamente, levantarnos por poco que sea, superar la horizontalidad y contemplar esa dimensión invisible y casi olvidada que nos conecta con el mundo del espíritu. Y, a través de esa conciencia más profunda, mejorar nuestro mundo, cada cual en la medida de sus posibilidades, procurando trasmitir ese conocimiento sagrado que resiste el paso del tiempo y que se convertirá en la semilla de un nuevo ciclo cuando este llegue a su fin.
 
Texto extraído de la revista MENTE SANA
Autor: Jesús García Blanca
Escritor e investigador especialista en temas de:
salud, ecología  y educación.
Autor de: "El rapto de Higea"
(Virus Editorial)

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