
Queríamos hacer algo y lo hemos hecho: escribir a un amigo, apuntarnos a un curso, emprender un negocio. Esta hecho, respiramos satisfechos. Lo hemos conseguido.
Sentir y observar que nuestras acciones ejercen un efecto discreto pero real a nuestro alrededor y sobre nosotros mismos nos da fuerza: somos capaces de transformar el entorno, contamos con esa capacidad de activar que ha hecho posible nuestra supervivencia como especie y que tanto, sirve a nuestros deseos. Pensar resulta estéril si no influye en la realidad. Pero también, a la inversa, el hacer inspira al pensamiento. Acción y Reflexión se alimentan así mutua y necesariamente.
DEL PENSAR AL VIVIR
No se trata de acomodarse en la actividad incesante, pero tampoco de atravesar la vida evitando actuar por miedo, por pereza o por distracción. Se trata de emplazarse para todas esas cosas importantes que se está tentando de postponer o evitar, de calibrar las fuerzas y los medios con que se cuenta y de escuchar al sentido de la oportunidad que dira "AHORA" cuando llegue el momento. Todo ello, a ser posible, sin temor al fracaso, sin depender del éxito y sin perseguir la perfección, confiando en la energía que otorga tener claro el objetivo.
A veces un impulso interior parece hacer todo el trabajo y nosotros asistimos casi asombrados al resultado de nuestro propio ímpetu pero por lo general necesitamos colaborar para que tome forma aquello que queremos intentar. A menudo nos falta el gesto resolutorio, una disciplina bien entendida, fértil alidada de nuestros propósitos que nos permita comprometernos.
Acostumbrarse a materializar las ideas lleva a disfrutar de una mayor coherencia vital, a vincular lo que pensamos con lo que hacemos y a sentirnos así más consistentes y por lo tanto, más libres. Somos capaces de actuar. Disponemos siempre de un poder creador para incidir en la realidad circundante, a veces en mayor medida de la que estamos dispuestos a aceptar.
Yvette Moya-Angeler
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