martes, 9 de julio de 2013

EL HOMBRE QUE QUERÍA AGRADAR

En un nuevo puesto de trabajo, Adrián verá que es necesario dar un espacio a los demás para que puedan mostrar su afecto.

Desde que había entrado a trabajar en la compañía de servicios informáticos. Adrián se había ganado la fama de pesado entre sus compañeros, que lo evitaban a toda costa. Para la empresa, el fichaje había sido todo un éxito.  El nuevo informático acudía siempre puntual a sus citas con los clientes, era rápido y resolutivo y no le importaba hacer horas de más para resolver cualquier incidencia.

Los clientes estaban encantados y mandaban correos de felicitación al jefe comercial, que también trataba de esquivar a Adrián. Le irritaban las constantes atenciones del informático, que siempre se ofrecía para más tareas de las que le correspondían.

- No aguanto más a ese tipo - gruñó la recepcionista,. Cada vez que pasa por aquí me pregunta si quiero un café de la máquina o una galleta de las suyas.

- Te entiendo perfectamente, - dijo el diseñador gráfico - Yo noto su aliento en el cogote cada vez que estoy ante la pantalla. No para de hacer elogios absurdos y de ofrecerme fotos de un banco de imágenes al que está subscrito. ¡Qué plomo de tío!

- Pues no sabéis lo que me pasó ayer - intervino la jefa de cuentas.- Al salir, tuve la mala suerte de coincidir con él en el ascensor. Yo llevaba un paquete bastante grande y se empeño en  cargarlo hasta mi casa. ¡Diez manzanas hablándome sin parar!

- Igual le gusta - bromeó la recepcionista.

- Lo dudo. Simplemente es un pelota.

- Un pesado empalagoso - añadió el diseñador.- Ojala se dedicará a su trabajo y dejará en paz a los demás.

- Hay que reconocer que como informático es un crack - salió en su defensa la jefa de cuentas - Quizá esté ahí el problema; es tan rápido y eficaz que le sobra tiempo para dar la lata a los demás.

- No estáis siendo justos con Adrián. Solo trata de ser amable.

Quien acababa de tomar la palabra era Ginés, un empleado de sesenta años a cargo de la limpieza desde la fundación de la empresa. Contrariamente al informático, con su carácter campechano aunque un poco brusco, caía bien a todo el mundo.

- Eso lo dices porque te queda poco en el convento - rió el diseñador.

Ginés meditó sobre la conversación a la que acababa de asistir. Su abuelo le había inculcado desde pequeño que había que ayudar a los más necesitados. En aquella fría empresa de servicios quien necesitaba ayuda era, sin duda, Adrián, así que decidió esperar a que terminará su turno.

A las 19:45, el informático salió por la puerta con la cabeza baja tras una larga jornada de trabajo y hostilidad por parte del equipo.

- Buenas tardes - le saludó Ginés - ¿Le importa que lo acompañe a su casa? Estoy haciendo tiempo antes de ir a cenar a casa de un sobrino.

- ¿Cómo me va a importar? - respondió el informático con una sonrisa. - Es usted la persona más cortés de toda la empresa.

- Se equivoca, el más cortés es usted. Por eso sus compañeros le tratan mal. No están acostumbrados a un trato tan exquisito.

Adrián se sobresaltó. No esperaba que pusiera la cuestión sobre la mesa de esa manera. 

- Disculpe que sea un poco brusco - añadió el hombre -, pero no me gusta quedarme de brazos cruzados cuando veo una injusticia.

- Tampoco es eso ... Simplemente están demasiado estresados para ser amables.

- Si me permite, caballero, le diré donde reside el error - Ginés se detuvo delante del informático y continuó - Le parecerá raro lo que le diré, pero usted es esclavo de la opinión de los demás. Quiere agradar a todo el mundo, y eso mismo es lo que provoca su rechazo, porque la gente es malpensada ¿me entiende?

- No del todo.

- Como usted mismo ha dicho, la gente va demasiado estresada para prestar atención a los demás. Por eso no entienden que alguien sea tan solícito. Piensan que usted busca algo. Una mujer puede suponer que está tratando de ligar, mientras que un superior puede verlo como un acto de peloteo. El problema no es lo que usted hace, sino lo que los demás interpretan.

- Entonces, ¿tengo que ser desagradable para que me valoren?

- En absoluto. Simplemente, no se desviva por agradar a los demás. Muéstrese natural, hable cuando tenga ganas y calle cuando le apetezca. No actúe como si debiera algo a todo el mundo.

Al día siguiente, Adrían decidió seguir aquel consejo y pasó la mañana ocupado en sus cosas. Charló animadamente con Ginés, a quien estaba muy agradecido, y limitó el contacto con los demás a los lances normales de trabajo.

El ambiente laboral dio un giro de 180 grados. Los compañeros del informático se intercambiaban miradas, como si sospecharan que algo había ocurrido desde la tarde anterior. De repente, echaban de menos las atenciones de Adrián. La telefonista le preguntó si quería tomar un café. El diseñador le preguntó un par de veces si todo iba bien. Incluso la jefa de cuentas se detuvo a hablar con él por si le sucedía algo.

Al final de la jornada se encontraron todos conversando junto a la mesa de Adrián, que había aprendido una importante lección: 

"Está bien darse, pero los demás 
necesitan espacio para poder dar su parte."

Francesc Miralles
Escritor y periodista

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