sábado, 14 de septiembre de 2013

DE LO BUENO, LO MEJOR

Ernesto está de tan mal humor que se irrita con todo aquel que sale a su paso. Su perspectiva cambia cuando aprende a poner a cada uno una etiqueta positiva.

Tras una noche sin pegar ojo por culpa del bebé de los vecinos, Ernesto se levantó de un humor de perros. Poco le gustaban ya los lunes, y aquel prometía ser especialmente duro. A las nueve de la mañana se había convocado una reunión para discutir el título de la empresa textil. Los malos resultados del último ejercicio aconsejaban deslocalizar la producción al norte de África para abaratar costes. Como jefe de fábrica, él se opondría a un plan que supondría el despido de cuarenta obreros y su final en la compañía. Recién casado e hipotecado, lo último que quería era trasladarse varios años a una ciudad extranjera.

Con estos pensamientos en la cabeza, nada más salir de casa vio confirmadas sus sospechas de que aquel iba a ser un día aciago. Un hombre en silla de ruedas estuvo a punto de arrollarle. Ernesto tuvo que dar un brinco para evitar las ruedas de aquel anciano que consideró tan temerario y desconsiderado.

- ¡Vaya con más cuidado! - le gritó - ¿no se ha dado cuenta de que va por la acera?

- Las sillas de ruedas siempre van por la acera - se limitó a decirle el otro.

Repartiendo maldiciones, Ernesto buscó un taxi. Su coche estaba desde el jueves en el taller y el mecánico o había cumplido con la promesa de entregarlo el sábado por la mañana.

"Pedazo de inútil", pensó mientras levantaba el brazo ante la luz verde de un taxi.

"Tampoco el taxista es una lumbrera", se dijo al ver que se metía en el carril más colapsado. Para colmo de males, sonaba a tod o volumen una emisora de fútbol donde tres tertulianos discutía a gritos sobre la necesidad de fichar o no a un jugador.

Ernesto odiaba el fútbol, así que su paciencia se agoto en poco más de un mínuto:

- ¿Le importaría apagar la radio? - Me está poniendo de los nervios.

El taxista hizo lo que le pedía y siguió, ofendido, la ruta.

Nuevas dificultades le esperaban en la recepción de su empresa. El conserje había fregado poco antes de las nueve, con lo que el suelo estaba mojado. Ernesto resbaló y tuvo que hacer equilibrios para no caerse de morros.

- ¿Le parece normal fregar justo antes de que entre el personal? Si alguien se rompe la crisma, la próxima baja laboral será la suya.

- Le pido disculpas - repuso el conserje muy asustado -. Siempre friego antes de las ocho, pero se ha roto una garrafa de agua del dispensador y ha quedado todo perdido.

Ernesto dio un manotazo al aire como toda respuesta y se metió en el ascensor. Tras salir en la cuarta planta, se dirigió a su despacho, no sin antes decir bruscamente a su secretaria:

- Supongo que el dossier sobre las mejoras de productividad está ya en mi mesa.

- Disculpa, Ernesto, no sabía que . . .

- Basta ya de excusas! Sabes que la reunión empieza de aquí a un minuto. Imprímelo de una vez y me lo traes a la sala de juntas.

Para su sorpresa, no encontró allí a los cuatro jefes de sección y al presidente de la compañía, como esperaba, sino a un hombre joven que debía de medir más de dos metros.

Ernesto estaba a punto de dar marcha atrás, cuando el hombre lo detuvo:

- ¿Quién es usted? - preguntó irritado.

- Por si siente curiosidad, jugué en grandes equipos de baloncesto en mi juventud, pero ahora me dedico a una tarea de más altura si cabe: extraer de lo bueno, lo mejor.

Ernesto le miró iterrogativamente sin entender nada. El hombre prosiguió:

- Su reunión se ha postpuesto un par de horas. Antes me han contratado para que tenga una breve charla con cada uno de ustedes. Les voy a enseñar a etiquetar.

- ¿Qué diablos es eso? Hable con mi secretaria para esa clase de . . .

- Es usted quien debe etiquetar, no su secretaria. De lo que se trata aquí es de comprender a las personas que nos irritan.

- Eso me gustaría - reconoció Ernesto - ¿Qué tiene que ver eso con etiquetar?

- Intentaré explicarlo de forma sencilla - el exjugador sonrió - Cuando nos enfadamos con alguien, olvidamos las dificultades por las que está pasando en ese momento. Al etiquetar su actitud positivamente,, nos reconciliamos con el otro. Le voy a pedir un ejemplo: ¿Qué persoa de su entorno le irrita más?

Tras pensarlo un instante, respondió:

- Mi suegra, siempre se mete donde no la llaman.

- Pues en lugar de juzgarla en negativo, cada vez que la vea, póngale mentalmente esta etiqueta "Quiere sentirse útil", Intente hacer el mismo ejercicio con todo el mundo y sacará lo mejor de los demás.

Tras despedirse del consultor, que ya atendía al siguiente directivo. Ernesto se encerró en su despacho y dedicó unos minutos a etiquetar a los que le habían irritado aquella mañana. 

Visualizó al hombre de la silla de ruedas con el lema "Lucha cada día con sus limitaciones". Acto seguido, pasó al taxista: "La radio le sirve para resistir doce horas al volante". El tercero en ser etiquetado fue el conserje: "Se desvive por hacer bien su trabajo". Luego le tocó el turno a su secretaria: "Necesita instrucciones más precisas por mi parte".

Ernesto se avergonzó de sus enfados y experimentó un sentimiento de gratitud hacia los demás. Y se sintió mucho mejor.

Francesc Miralles
Escritor y Periodista

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