lunes, 21 de julio de 2014

LA EDAD DE LA LUZ

Ravi descubre a lo largo de un viaje con su abuelo la sabiduría de los que han vivido más que él. Ese hallazgo le hace replantearse su futuro.

Cuenta la leyenda que en un remoto reino al norte de la India existía una cruel tradición. Al cumplir los 65 años, los ancianos eran llevados a la cumbre de una montaña y abandonados allí a su suerte. Sólo quedaba exento de esta ley el marajá de aquellas tierras, de quien se decía que era al menos centenario.

Ravi acababa de cumplir los quince años cuando supo que debía hacer lo propio con su abuelo Devendra, a quien no veía desde que era un niño. El anciano vivía en una cabaña alejada del pueblo.

Al haber muerto los padres del chico en el curso de un monzón, sin dejar más descendencia, correspondía por ley al nieto deshacerse del sexagenario.

Con el ánimo sombrio, Ravi se puso en camino hacia la morada de su abuelo. Paso cabizbajo junto a la sastrería donde estaba aprendiendo el oficio, y el patrón, al verlo, salió a preguntarle:

- ¿Adónde vas con esa cara tan triste? Te he dado dos días de fiesta para que puedas cumplir con tus obligaciones.

- No me gusta este cometido, maestro.

Preferiría mil veces trabajar con usted de sol a sol en el taller.

- Tu abuelo ya ha vivido - dijo el sastre, que había superado los 50 - Pronto no se valdrá por sí mismo y será una carga para todos. Por eso debes subirlo a la montaña ahora que aún tiene fuerzas para caminar.

- ¿Y una vez allí? - pregunto Ravi escandalizado - ¿Qué le sucederá al viejo Devendra?

- Eso es algo que solo compete a Dios. Tú ocúpate de dejarlo allí arriba y que no vuelva, ya que el castigo para ti sería terrible.

Tras esta conversación, Ravi caminó hasta llegar con el crepúsculo a la cabaña solitaria de su abuelo, al borde de un tranquilo río. Pese a lo intempestivo de la hora, vio en la ventana su sombra iluminada a través de un candil.

Avergonzado por lo que estaba a punto de hacer, el chico iba a llamar a la puerta cuando esta se abrió de golpe. El viejo Devendra le escrutó con el fanal de aceite en la mano.

- ¿Has venido a buscarme?

- Si abuelo. Lo cierto es que ...

- Estoy preparado. No perdamos más tiempo. 

Asombrado por el aplomo de Devendra, que avanzaba ayudándose del bastón, anduvieron buena parte de la noche rodeando los limites de la aldea. Cuando el terreno empezó a hacerse abrupto y empinado, el anciano propuso que descansaran en una cueva un par de horas antes de reemprender el camino. Tras despejar de piedras una fina manta para entrar en calor.

- Siento mucho tener que cumplir con una misión tan cruel e injusta - dijo Ravi antes de dormirse - Si por mi fuera.

- Has hecho bien - le cortó nuevamente el anciano - Debes hacer lo que diga el marajá.

Con la primera luz del alba, nieto y abuelo retornaron el sendero que llevaba a la cumbre. Al pasar por un tupido bosque de matorrales, de repente apareció la silueta de un lobo. Luego, un segundo, al que se añadieron dos más. Pronto se vieron rodeados por una manada que, con ojos hambrientos, iba estrechando el cerco a su alrededor.

Ravi arrebato el bastón de su abuelo, decidido a emprenderla a palos con el primer lobo que les amenazara, pero el anciano lo detuvo.

- Busca al macho más grande y fuerte y enfréntate a él protegiendo tu cuello. Si le sometes, el resto de la manada se marchará con él.

Dicho y hecho, el chico se fijo en el ejemplar de más jerarquía y se midió con él mientras el resto los observaba en círculo. Ravi era muy ágil y sus brazos, fuertes, así que logró derribar al jefe de la manada e inmovilizarlo con el bastón. Le miró fijamente a los ojos y dijo:

- Nosotros solo queremos seguir nuestro camino, no haceros daño. Id a buscar otras presas más indefensas.

El animal pareció entenderlo y, tras ser liberado desapareció seguido por los suyos.

Ravi se abrazó a su abuelo, que con aquel sabio consejo había salvado la vida de ambos.

Devendra propuso que siguieran antes de que se hiciera demasiado tarde.

- Estos caminos son traicioneros y a tu vuelta corres el peligro de caer por un barranco y matarte. Por eso, toma un manojo de ramas y córtalas en trocitos para marcar el sendero.

Luego bajas por el mismo sitio.

El chico hizo lo que le pedía su abuelo.

La cumbre ya empezaba a dibujarse entre las brumas y, a medida que se acercaban, la pena de Ravi iba aumentando.

Al llegar a lo más alto, el aprendiz de sastre se sorprendió al no encontrar una cima desierta con los cadáveres de los viejos allí abandonados. Una docena de hombres y mujeres se afanaban entre pucheros, pequeños talleres improvisados y cultivos de alta montaña protegidos con mallas de seda contra los fuertes vientos.

Aprovechando los accidentes del terreno, se habían construido chozas para pasar sus últimos años juntos, ayudándose los unos a los otros.

Devendra y su nieto fueron recibidos con una sopa caliente. Después Ravi fue invitado a bajar la montaña para volver a su aldea.

Para sorpresa de todos, decidió hacerlo por el otro lado. Antes de partir dijo:

- Voy a buscar otro reino donde sepan apreciar la luz de los que ya han vivido para guiar a los que aún no saben suficiente.

Francesc Miralles
Escritor y periodista

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