viernes, 27 de diciembre de 2013

VIVIR SIN DEPENDENCIAS

Lo cierto es que detrás de cada una de nuestras dependencias se esconde una utopía infantil: vivir una vida de placer y bienestar continuo, libre de dolor.

Sólo renunciando a esa ilusión podremos madurar y alcanzar la satisfacción de una vida auténtica, en libertad y sin adicciones.

En una tarde apacible de verano, ver llover sobre las plantas en la galería de casa, caminar descalzo sobre el césped, sentarme a comer mi plato favorito en la compañía deseada, deslizarme con el coche por la carretera escuchando la música de mi juventud; la dulce intimidad de una noche amorosa que se demora hasta el amanecer; el sobresalto al leer, viajando en el metro, el rotundo punto final de ese poema de Borges; el intenso aroma del café que me están preparando, percibido apenas mientras sigo remoloneando en la cama.

Son experiencias de placer que, en nuestra versión particular, todos apreciamos en la vida. Pequeños momentos de felicidad que perseguimos y merecemos. ¡Y eso está muy bien! Pero también encierra un peligro; si esta búsqueda de placer se convierte en nuestro único objetivo, si creemos que la felicidad consiste sólo en eso, en una sucesión de placeres, podemos caer fácilmente en la trampa de las dependencias. Veamos cómo:

LA RELACIÓN CON EL PLACER

Desde tiempos remotos, el placer ha supuesto un gran misterio para el hombre. Si nos preguntamos cuál es la esencia del placer, nos enzarzamos en una investigación complicadísima porque al parecer no hay patrones que lo rijan: las cosas más dispares nos pueden provocar placer y, con el debido adiestramiento, casi todo puede llegar a ser placentero, incluso el sufrimiento mismo, incluso lo destructivo. ¿Cómo es posible?

Hay cosas que nos gustan y que, además, nos gusta que nos gusten. Los atardeceres sobre el mar, por ejemplo. Nos gusta reconocernos y ser reconocidos como personas sensibles, capaces de conmoverse por los matices del naranja y el rojo del sol hundiéndose en el mar. Hay cosas que no nos gustan, pero nos gustaría que nos gustasen; determinada música contemporánea podría ser el caso. Eso demostraría que somos personas cultas, de intereses estáticos diversos, capaces de encontrar la belleza donde todos hallan ruidos incomprensibles.

Hay cosas que nos gustan, a veces muchísimo, pero no nos gusta que nos gusten, como ese programa chabacano de la tele o hurgarnos con la lengua la oquedad de una muela. Demuestra que tenemos aspectos que juzgamos tontos u ordinarios y no nos gusta mostrarlos. Mantenernos así una colección privada de placeres secretos, casi nunca compartidos. Vemos entonces que la relación con nuestro placer es a veces armónica y a veces conflictiva.

EL PLACER NO ES SUFICIENTE

Hay también en el placer un elemento que debemos considerar y es lo que llamábamos antes el adiestramiento o educación para el placer. A todos nos gusta espontáneamente desde niños, lo dulce, sin embargo, los sabores amargos y ácidos de algunas bebidas o alimentos llegan a valorarse sólo con insistencia, introduciéndolos poco a poco hasta que logramos apreciarlos intensamente. Puede suceder que algo llegue a gustarnos sólo después de un largo aprendizaje que incluye un esfuerzo, emprendimiento tan sólo porque estamos convencidos que aquello es algo bueno, bello o muy meritorio. Por ejemplo, disfrutar de poder correr diez kilómetros o de tocar la serie completa del "Clave Bien Temperado", de Bach.

Por extraño que parezca, también puedo entrenarme con gran ahínco para encontrar placer en producirme pequeños cortes con una navaja en el antebrazo y, si tengo éxito, los cortes serán cada vez mayores. ¿En qué momento de mi historia y bajo qué circunstancias logré anudar el goce con esa actitud autodestructiva? Difícil saberlo, pero es harto frecuente hallar situaciones humanas en las cuales el placer, el dolor y la autodestrucción se hallan entretejidas en una trama de apariencia indisoluble.

SALIR DE LA TRAMPA

Como hemos visto en algunos de nuestros ejemplos, el placer va "hacia la vida" y, en otros, se dirige "hacia la muerte". Parece ser, entonces, que sólo el placer, él y por sí mismo, si bien necesario, no es suficiente para informarnos acerca de lo que solemos llamar "lo bueno de la vida".

Entonces,  ¿por qué nos encallamos a veces en esa búsqueda desesperada del placer, aun a costa de nuestra integridad física y psicológica? ¿En que trampa caemos? La psicología nos ha enseñado, desde hace mucho tiempo, que existe una tendencia espontánea y universal en el hombre al desear algo totalmente imposible: permanecer en estados carentes de conflictos y, por lo tanto, de sufrimiento, indefinidamente prolongados en el tiempo; estados permanentes en los cuales todos nuestros deseos pueden cumplirse sin generar desacuerdos ni confrontaciones de ningún tipo.

Esta fantasía infantil, anidada en lo profundo de nuestra mente inconsciente, se resiste a incluir la alternancia entre placer y dolor como una regla básica de la condición humana. Esta utopía de la ausencia del sufrimiento suele conducir a las personas a atrincherarse en las mil variantes de los paraísos artificiales, algunos más peligrosos que otros. Al final, el dolor que se intentó evitar irrumpe multiplicado e inmanejable.

Esta creencia, a todas luces un poco loca, forma parte de la raíz y naturaleza de nuestro ego. El pensamiento oriental nos señala la vía de salida de esta trampa ilusoria al enseñarnos que tanto el placer como el dolor son experiencias alternantes y perecederas, que deben ser transitadas; no descartadas sino trascendidas.

APRENDER A REGULARLO

Los seres humanos somos muy complejos. Si nos comparamos con nuestros hermanos los animales, nuestro funcionamiento mental es de mucha mayor envergadura. A medida que fuimos adquiriendo esa complejidad, la satisfacción de las necesidades y la obtención de placer fue haciéndose cada vez más sofisticada y comenzó a alejarse de los primitivos objetos y situaciones capaces de proporcionar satisfacción.

Así es como el puro hambre biológico dio lugar a los refinados apetitos satisfechos hoy por el arte culinario, o la actividad sexual dejó de estar marcada por el celo y la necesidad reproductiva para devenir en un fin en si misma, cuyo objetivo es, la mayoría de las veces, la obtención de placer. Accedemos entonces a lo que el filósofo Michel Foucault llama "el uso de los placeres". La palabra "uso" alude a la posibilidad de acceder al placer de la misma forma en que utilizamos cualquier instrumento a conveniencia, un destornillador, un CD o un automóvil.

La posibilidad de gestionar el placer implica una verdadera revolución en la historia de los seres vivos y es exclusivamente humana. Se origina así una nueva serie de problemas acerca de cuáles son las mejores maneras de hacerlo ya que tempranamente se advierte que, librado a su antojo, el placer puede resultar nocivo. Todas las religiones, sistemas morales e ideologías, cada una en su momento, han tenido algo que decir sobre este espinoso asunto. Pero lo que está claro es que, de una manera u otra, debemos aprende a regular nuestro placer para no convertirnos en sus esclavos.

Las situaciones de dependencia quedan establecidas cuando la persona comienza a vivir por y para el objeto de su placer. Es algo parecido a lo que le ocurrió al aprendiz de brujo de aquella fábula antigua: un joven estudiante aprende espiando al viejo brujo, cómo hacer para que los cubos de agua se llenen y vacíen solos, y la escoba barra por si misma, sin que él deba ocuparse de manejarla. Cuando le toca asear el gabinete, echa mano de las palabras mágicas y pone en funcionamiento el hechizo. Todo funciona bien hasta que se da cuenta de que no conoce el conjuro para detenerlo. El viejo brujo llega para frenar el caos, evitando justo a tiempo que el infeliz aprendiz muera ahogado. Pero, en el caso de las adicciones, el viejo brujo no suele llegar a tiempo.

EL ENGANCHE PSICOLÓGICO

Es indudable que existen adicciones físicas, pero en todas el enganche psicológico desempeña un papel fundamental, como demuestra el hecho de las personas que se puedan enganchar a conductas, por ejemplo, jugar a las máquinas traga-perras, o que cuando un adicto "se limpia" de una sustancia química, al poco, se enganche a otra.

La utilización de sustancias químicas añade un elemento dramático al descalabro de la persona porque complica su salud corporal y empeora su pronóstico, pero el puntapié inicial esta dado por una tendencia a resolver los conflictos a través de una conducta infantil regresiva y negadora, a evitar enfrentar el dolor, a conducirse omnipotente y mágicamente con los deseos, a refugiarse en la fantasía de resoluciones ilusorias y evasivas de los problemas que la vida nos trae a todos inevitablemente.

Y así podemos tornarnos dependientes a una cantidad interminable de situaciones como el juego, una relación de pareja nociva, el trabajo, ... Pero podemos escoger liberarnos de todas esas adicciones si tomamos el camino de la lucidez; reconociendo que la vida está constituida por situaciones buenas y malas, y que lo decisivo es nuestra actitud frente a las mismas.

Alejandro Napolitano
Psiquiatra y psicoterapeuta gestáltico

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