viernes, 17 de mayo de 2013

DE LA CULPA A LA REPARACIÓN

"El remordimiento por situaciones pasadas de las que nos creemos culpables puede paralizarnos hasta convertirnos en una sombra de nosotros mismos. Afrontar los hechos, asumir que el pasado no se puede cambiar y aceptar la responsabilidad de nuestros actos en el presente es el camino para aprender de lo sucedido y seguir avanzando".

Nos sentimos mejor si no tenemos de qué culparnos. Por eso transformamos la responsabilidad de los hechos a los demás, al sistema, a la familia, al vecino,...

Ciertamente, pocos estados emocionales se dan en las personas que tengan la capacidad de bloqueo que conlleva sentirse culpable hoy por algo que ocurrió ayer. El problema reside en que el tiempo nunca retrocede, independientemente de lo profundo que sea tal sentimiento; es decir, el curso de los acontecimientos no es modificable. Si no gestionamos adecuadamente la emoción del remordimiento, la inmovilización puede aparecer en grados distintos: desde un leve sentirse mal, hasta una severa depresión.

Sin embargo, a pesar de lo mucho que se ha escrito acerca del sentimiento de culpa, no siempre se habla de la cara amable de esta emoción. Porque también la tiene. He podido experimentarlo junto a numerosas familias y personas: una vez trabajada la tempestad de los síntomas y malestares en sus innumerables formas, la culpabilidad puede mutarse en sentido, consciente y maduro, de responsabilidad.

Vivimos una época en que nuestro estilo de vida nos ha llevado a externalizar el "locus de control", la percepción que tenemos de lo que determina el rumbo de nuestra vida. Así, hemos desarrollado una tendencia espontánea a culpabilizar a los demás. Y lo hacemos desde los primeros años de nuestra vida. Los niños lo aprenden, por ejemplo, cuando después de darse un doloroso coscorrón contra una pared, ven a sus madres golpear al muro mientras dicen "¡Pared mala, mala!", desplazando, por lo tanto, el peso de la culpa para aliviar suavemente el dolor de sus hijos.

Y es que, a diferencia de lo que suele ocurrir con cualquiera de nuestras pertenencias, el sentimiento de culpa prestigia a quien carecen de él. Esta máxima por lo general inconsciente, nos lleva a la implícita necesidad de transferir la responsabilidad de los hechos a los demas, al sistema, a la familia, al gobierno, a los hijos, al jefe, a la pareja, al vecino o a la pared. De este modo, creemos conservar la nobleza de nuestras intenciones y actos, sin darnos cuenta del alto precio que pagamos por vivir en tan tóxica cultura del victimismo. Quienes eluden sistemáticamente la asunción de sus responsabilidades, por las consecuencias de tal aceptación puede desencadenar en su percepción de bienestar, acaban sumergidos en un mar de impotencia y frustración por no disponer de suficiente capacidad para intervenir en las situaciones y modificar su presente.

Pero este no es el único uso que se puede hacer del sentimiento de culpabilidad. Esta emoción nos informa de que hemos actuado con libertad pero siendo incoherentes con nuestras normas de acción y criterios éticos, o de que hemos entrado en conflicto con nuestros propios principios de vida. Nos dice que nuestra acción, o su ausencia, ha tenido un impacto doloroso y unas consecuencias perjudiciales para otros. Y es precisamente esta conciencia que propicia todo remordimiento la que constituye un camino inmejorable para promover cambios en nosotros. La culpa bien entendida y mejor administrada nos lleva a meditar, a pedir perdón y disculpar, a reparar el daño infligido  a hacer propósito  de enmienda y, sobre todo, a aprender cómo evitar conductas similares en el futuro; contribuye, en suma, a nuestro aprendizaje y crecimiento.

Se trata de sacar provecho de nuestro error. Errar significa tomar un camino equivocado, un camino que no nos conduce a nuestro objetivo. Si tomamos conciencia de ello, podremos corregir el error. Y esto nos tendría que alegrar, ya que habremos generado una situación propicia para seguir viviendo con mayor preparación. Al asumir el desacierto tal cual es y hacernos responsables de sus consecuencias consolidamos nuestra dignidad.

Es hora, pues, de ir superando nuestra actual cultura de la culpa en su doble dirección: ni cargas el peso de la responsabilidad en otros ni humillarnos eternamente ante nuestro dolor. En su lugar, debemos dar voz a los remordimientos para traducirlos en lecciones prácticas de cómo ser mejor personas que antes.

Algunos casos son especialmente dolorosos y todos podemos encontrarnos en estas situaciones, y todos podemos aprender de ellas. Errar forma parte de nuestra naturaleza. Lo que vuelve dañina la equivocación nunca es el fallo en sí, sino la incapacidad de repararlo.


SUPERAR LA CULPABILIDAD

EXAMINAR TUS REMORDIMIENTOS

Trata de identificar las razones que los causan; si son generados por ti o te son ajenos. Pon orden a tus pensamientos. Si eres dado a escribir, reflejar tus pensamientos y emociones sobre papel te ayudará; si no, trata de visualizar a alguna persona que tengas como referente o, simplemente, a alguien en cuyo criterio confías. Intenta imaginar el consejo que te daría o el modo en que arrojaría luz sobre lo que te está atormentando.

PRACTICA LA HUMILDAD

Acepta que eres humano y que errar forma parte de tu naturaleza. Lo que vuelve dañina la equivocación nunca es el fallo en si, sino la incapacidad de repararlo. Una vez asumida tu falta, mide su gravedad y evalúa si es o no proporcional a la intensidad de tus emociones. Hay personas capaces de infligir daño a otras sin sentir culpa alguna y otras sienten la pesada carga de la culpa por haberse comido tres bombones de postre.

VALORA EL PERDÓN

La vida no nos guarda rencor, ¿por qué, entonces, hemos de hacerlo nosotros? Perdonarte te despegará de los acontecimientos, te liberará. El célebre "Perdono, pero no olvido" no tiene sentido: al perdonar nos desprendemos de la carga de la culpa, sea propia o ajena.

TRANSFORMA LA CULPA

Solo la restitución puede mitigar tu pesadumbre. En ocasiones, una reparación verbal suele ser suficiente. Otras veces necesitamos traducir el arrepentimiento en acciones. En este sentido, los actos simbólicos tienen un poder curativo inmenso. A menudo las personas a quienes debemos  resarcir ya no están presentes; o quizás cargamos con la culpa de generaciones pasadas. En todos estos casos, compensar a terceras personas o llevar a cabo acciones en nombre de los que no están tiene un efecto terapéutico insustituible.

APRENDE DE TUS ERRORES

Usa tu experiencia del error como un momento propicio para el aprendizaje y trata de identificar qué lecciones te ha dado la vida. Al incorporarlas te darás cuenta del incalculable valor de tus equivocaciones.

Rosa Rabbani
Doctora en psicología y 
especialista en terapia familiar

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