martes, 18 de junio de 2013

CUENTO PARA REFLEXIONAR

En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.

Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a Eliahu transpirando mientras parecía cavar en la arena.

- ¿Qué tal anciano? La paz sea contigo.

- Contigo, contesto Eliahu, sin dejar su tarea.

- ¿Qué haces aquí, con esta temperatura y esa pala en tus manos?

- Siembro, contesto el viejo.

- ¿Qué siembras aquí Eliahu?

- Dátiles, respondió Eliahu, mientras señalaba a su alrededor el palmar

- ¡Dátiles!, repitió el recién llegado, y cerro los ojos como quien escucha la mayor estupidez.


- El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.

- No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos.


- Dime amigo, ¿Cuántos años tienes?


- No sé,... sesenta, setenta, ochenta, no sé.... lo he olvidado,... pero eso, ¿qué importa?


- Mira amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos.

Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojala vivas hasta los ciento un años, pero tu sabes que difícilmente puedes llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.

- Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto, y aunque solo fuera en honora aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.

- Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste, y diciendo esto, Hakim le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.

- Te agradezco tus monedas amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrará. Parecía cierto y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.

- Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame, pues que pague también esta lección con otra bolsa de monedas.

- Y a veces pasa esto, siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseché no solo una, sino dos veces.

- Ya basta, viejo no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tiengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte.

Jorge Bucay

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