viernes, 30 de agosto de 2013

EL RUMBO DE LA VIDA

Para nosotros, terapeutas humanistas, que privilegiamos el ser humano y la vida por encima de todas las cosas, la existencia, además de "ser", es un "ser para". Esta claro que establecer este rumbo es condición para realizarse como persona, pero también lo es para integrarse con el grupo social al que cada uno pertenece y crecer en él.

Lideres del pensamiento psicológico moderno, del prestigio y la sabiduría de Carl Jung o de Viktor Frankl, coinciden en señalar que para conquistar aunque sea un atisbo de salud mental, es imprescindible que nuestra vida tenga un motivo, un propósito, un sentido.

La búsqueda de este rumbo, su definición y reconocimiento son procesos que, con idas y venidas, se reafirman o actualizan a lo largo de toda nuestra vida y nos conducen a ser cada vez más nosotros mismos. Gran parte de nuestro bienestar y salud dependen de lo que va ocurriéndonos en el camino de esa definición y de la manera en la que nos enfrentemos a ello. Propongo, desde hace unos años, pensar que la vida de las personas, aún consideradas como un todo, podrían comprenderse mejor sí, al igual que en el proceso de sacar fruto a nuestra huerta, dividiéramos la tarea de nuestro desarrollo en tres etapas.

Tres momentos de la vida que, siguiendo con la metáfora, podríamos llamar:

* Tiempo de preparar el terreno.

* Tiempo de elegir la siembra, plantar y hacer crecer lo sembrado.

* Tiempo de cuidar lo hecho y lo de cosechar los frutos.

Tercios identificados, simplificando quizá demasiado, con el tiempo de la infancia y la adolescencia. Con el tiempo de la juventud y la primera adultez, y con el tiempo de la definitiva madurez, respectivamente.

ADOLESCENCIA E IDENTIDAD

En las primeras etapas, la función predominante de la vida psíquica será la de acompañar el desarrollo del cuerpo y la mente en su crecimiento y decidir, primero, que en efecto vale la pena la vida consciente y, después, desarrollar la necesaria firmeza y seguridad que requieren las relaciones con uno mismo y con el mundo. Es la época de construcción de nuestra "Identidad". Un concepto que el mismo Jung definía como: "La suma de todos aquellas cosas que en realidad no nos definen, pero que mostramos continuamente para convencernos y convencer a los demás de que así somos".

Especialmente durante la adolescencia, lo que parece dar sentido a nuestra existencia es la tarea de reafirmar esa manera de ser que nos diferencia a la vez que nos mantiene unidos al mundo de lo social y compartido. El adolescente necesita sentir que tiene la fuerza para cortar con la anterior antes de nacer a su propia vida.

LA REDEFINICIÓN DEL CAMINO

En la segunda etapa, las preocupaciones fundamentales pasan por la conciencia plena de la muerte no simbólica sino real y la necesidad de realizarse como persona, aunque esto, muchas veces, signifique alinearse con el "sentido" que viene marcado por las pausas sociales y culturales de cada país o familia. El trabajo de alcanzar una auténtica libertad personal deriva conscientemente en un tiempo de lucha y sufrimiento que ayudarán a transformar la propia existencia templando al individuo en su rumbo.

Al final de esta etapa aparecerá todavía la necesidad de enfrentarse con el propio ego, es decir, cuestionarse la imagen que uno tiene de sí mismo y las pautas recibidas a lo largo de su historia. Este es el momento de la famosa "crisis de los 40". Hombres y mujeres suelen aterrizar con razón en las preguntas que cuestionan a todos y casi todos: "¿Tiene sentido seguir haciendo lo que hago? ¿Vale la pena insistir en ese camino o debo cambiar? ¿Estoy satisfecho con la vida que tengo? ¿Qué está pasando con mi pareja? ¿Me gusta realmente mi trabajo?". Como todas las crisis, ésta tampoco significa un problema sino un turbulento cambio de paradigmas.

Un tiempo rodeado de dudas, incertidumbre y temores, pero que apunta a ayudarnos a descubrir y asumir un sentido de vida más propio y comprometido. Ese que solamente puede encontrarse después de haber descubierto la paz interna, la certeza, como siempre decirnos, de estar trabajando en sincronía con nuestro proyecto y estar dispuestos a perseverar aunque esto implique una cuota de dolor o tristeza.

EL PASO DE LOS AÑOS

En la madurez, el principal desafío es la resolución del perturbador conflicto que provoca el darse cuenta de la transitoriedad de toda existencia. Saber de lo efímero de la vida y afrontarlo constituye siempre el comienzo de una actitud mucho más responsable y comprometida.

Esta tercera etapa es positiva cuando se aprende a vivir jerarquizando la auto-superación, y la transcendencia. Es en esta última etapa cuando descubrimos que no son las cosas que hacemos las que dan sentido a nuestra vida, sino que es el sentido que damos a nuestra vida lo que es capaz de significar, o no, las cosas que hacemos.

EL SENTIDO DE LA TRAGEDIA

En hombre, entendido dentro de un contexto social, tiene conciencia y capacidad de elección permanente. Por lo tanto, no es solo responsable de lo que hace sino también del destino que tiene la suma de sus acciones. El ser humano es aquí y ahora, pero desde ese presente tiene siempre una intencionalidad que lo conecta por la vía de su escala de valores con un rumbo, que es lo que llamamos el sentido de su vida.

Toda una escuela terapéutica, la de los logoterapeutas, estudia la manera en la que muchos hombres y mujeres pierden el rumbo al ignorar qué sentido tienen sus vidas, y trabaja para encontrar nuevas y creativas formas de ayudar a sus pacientes a que redescubran el sentido de sus vidas.

El creador de los primeros conceptos en esa dirección fue el increíble Viktor Frankl, quien, después de haber sido confinado en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, invitaba a todos a darse cuenta de las limitaciones humanas y de la dimensión trágica de la existencia. Pero para trascenderlas y encontrar sentido, incluso en la tragedia, Viktor Frankl propone usar esta como llave para abrir nuevas y profundas perspectivas en la persona.

Quizá tú, como yo y como muchas otras personas, te veas tratando o  tentada de escapar de esta responsabilidad por algunas de las vías de huida que la sociedad ofrece y sutilmente publicita:

* La negación como resistencia a aceptar los hechos tal como son, especialmente cuando son frustrantes o dolorosos, para no tener que enfrentarse con la responsabilidad de intentar cambiarlos.

* La falta de compromiso profundo con los hechos de la vida presente. Típica solución de aquellos que renuncian a tener en sus manos su propio destino. Su argumento preferido es la idea distorsionada de que nada vale la pena porque todo es pasajero.

* La parálisis del miedo de sentirse excluido por ser o pensar de manera diferente a la de la mayoría de personas.

* La despersonalización de aquellos que se pierden entre todos y renuncian a su capacidad de ser libres, quedándose dependiendo de ideas e iniciativas ajenas.

* La culpa por no ser o no actuar como uno supone que debería ser o debería actuar.

* El fanatismo de los intolerantes, para quienes el único que cuenta es su opinión y la de los que están de acuerdo con ellos.

* El agotador autorreproche de las personas que viven cargadas de prejuicios despreciativos sobre sí mismas.

DESCUBRIR EL PROPIO NORTE

Nunca puedo hablar, escribir o pensar sobre este tema sin recordar la tan clara y provocativa frase de Viktor Frankl:

"Si no es capaz de darle un sentido a su vida,
terminará viviendo una vida sin sentido"

Poco importa cual sea el rumbo: la búsqueda de placer, el cumplimiento de una gran misión, la conquista de más y más poder, la lucha inagotable por el propio crecimiento y desarrollo, ... Lo que interesa es que sea tan importante como para pensar que eso solo justifica tu existencia.

Está clara, pues, la responsabilidad que hoy compartimos contigo; decidir cuáles serían las cosas, ideas o principios que a partir de aquí te acompañen siempre como una brújula. Una herramienta tan trascendente, fiable y significativa como para saber que, aunque sea solo por ellas, tu vida tiene sentido.

Jorge Bucay

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