domingo, 22 de septiembre de 2013

MEJORAR TUS RELACIONES

Todos necesitamos a los demás; su compañía nos reconforta, nos nutre y nos anima a dar lo mejor de nosotros mismos. Pero a veces, por miedo al contacto y al rechazo, no resulta fácil acercarse y nos refugiamos en nuestro caparazón. Mostrarse como uno es, sin temor, inicia un cambio hacia relaciones más plenas que nos ayuden a disfrutar y crecer en el camino de la vida.

Muchas personas parecemos caracoles: caracoles que se esconden en el caparazón apenas sacando, de cuando en cuando, algún ojito, un tímido tentáculo , para ver que sucede en el mundo exterior, para comprobar si aún existe el sol y si ahí fuera hay otros seres como nosotros. todos pasamos por alguna época de "vida caracolera", en la que nos retraemos para buscar la seguridad, la paz y el reposo que hay dentro del caparazón.

Existen, sin duda, razones para refugiarse."El infierno son los otros", dijo Sartre, y es cierto que los otros pueden traernos muchos problemas, sin tener que pincharnos con tridentes ni arrojarnos al fuego. Además, algunas veces podemos, sencillamente, cansarnos de la compañía, de los estímulos sociales, del agobio de las calles, del control social y del mundanal ruido. También existen momentos propicios para la soledad.

Pero tarde o temprano, hay que salir del caparazón. El ser humano es un animal social, y es a través de la apertura a los demás como alcanzamos tanto nuestros infiernos como nuestros paraísos. El contacto social es un alimento.

Esta necesidad de contacto y apertura a quedado de manifiesto más que nunca en las últimas décadas, cuando los psicólogos han comprobado que las personas más sociables tienden a ser no sólo más felices sino también más sanas e incluso más longevas. Literalmente, la vida social nos da vida.

Cuando nos abrimos a los demás, nos abrimos al intercambio vital, comenzando por el intercambio de conocimientos. Aprendemos, los unos de los otros, cómo es y cómo funciona nuestro universo físico, cultural y social. Aprendemos, quien es quién, qué es qué, de dónde venimos y, lo más importante de todo "quién soy yo". Aprendemos a movernos, a observar, a realizar todo tipo de actividades, a pensar en libertad y a sentir y ser conscientes de nuestros sentimientos.

EL APOYO Y LA TERNURA

En segundo lugar, al abrirnos a los demás, accedemos al intercambio emocional. Si tenemos una red de familiares y amistades, sabemos que podemos contar con ellos en los momentos difíciles y que nos apoyarán con cariño cuando nos sintamos frágiles o nos hundamos. También podremos contar con ellos en los momentos de felicidad, para compartir la risa o el goce, aprovechando el hecho de que las emociones positivas se amplifican al compartirlas.

Más en general, la vida social nos pone en contacto con el intercambio de bienes, servicios y placeres, que no es sólo ni principalmente la "economía", ese mercado eficiente pero impersonal que nuestra civilización ha vaciado de toda humanidad, sino más bien ese otro intercambio de ayuda, de regalos, de favores, de mimos e incluso de placeres culinarios y sexuales que ningún modelo económico logrará capturar por completo.

Por todos estos motivos, es fundamental invertir en una sólida red social, una red multiusos, que servirá para pescar y alimentarnos, para sostenernos cuando caigamos de las alturas y para trepar por ella hacia las estrellas. Pero no es fácil, lo sé, y cada vez requiere más esfuerzo esta inversión porque vivimos en una sociedad más disgregada.

LA NECESIDAD DE RELACIONARSE

A pesar de las veloces tecnologías de comunicación, que deberían ahorrarnos tanto tiempo, sentimos que escasean los minutos y las horas para la sociabilidad. A pesar de vivir en ciudades cada vez más grandes y repletas de gente, crecen las barreras físicas y sociales entre las personas.

Los sociólogos nos dan las razones: las redes sociales se resquebrajan por la mayor movilidad geográfica y laboral, los horarios de trabajo reducen el contacto social, la entrada de la mujer en el ámbito laboral (que no siempre corresponde a la entrada del hombre en el ámbito del hogar y del cuidado de los hijos) limita el tamaño y la unión de las familias.

También la competitividad creciente, entre individuos y grupos, nos distancia. Y los medios de comunicación, en particular la televisión, pueden volvernos más pasivos, hasta el punto de que ya no sabemos tomar el protagonismo y actuar frente a los demás. Estamos pasando de una sociedad activa en la que nos juntábamos para hablar, bromear, explorar, jugar, cantar y bailar, a una sociedad de espectadores que observan estas actividades en una pantalla de 25 pulgadas. En estos tiempos podemos sentir una dolorosa soledad en medio de una enorme masa de gente anónima. Pero podemos actuar contra ello.

EL TEATRO DE LA VIDA

Salir del caparazón es salir del escenario de lo que Calderón llamaba el "Gran Teatro del Mundo", un teatro tan fascinante que si nos lanzamos a él nunca echaremos de menos la televisión. Pero también es más arriesgado, y es natural que a veces sintamos nervios o incluso pánico escénico a la hora de dar ese salto. En el escenario estamos expuestos al público, y ¿quién sabe como va a reaccionar, si con aplausos, silbidos o risas? La timidez y el sentido del ridículo son enemigos en este esfuerzo.

Sin embargo, y aunque el público pueda inhibirnos a veces, especialmente si salimos al ruedo sin sentirnos preparados, también es verdad que, cuando hemos ensayado nuestro papel, el público se convierte en un aliado que nos ayuda a alcanzar la gloria. Como los atletas olímpicos que suelen conseguir sus mejores tiempos no en los entrenamientos sino en las competiciones, gracias a la presión y el ánimo del público que les observa.

Siempre que nos abramos a una persona o un grupo nuevo, conviene hacerlo poco a poco y sin prisas, como el mismo caracol. Vamos mostrando primero lo más externo y, si vemos que podemos confiar y nos sentimos cómodos en el nuevo entorno (y las otras personas también se exponen al mismo nivel), podemos salir un poquito más.

Debe ser un intercambio equilibrado.  Hay que tener en cuenta que abrirse a los demás no es cuestión de cargarles con nuestras penas y agobios ni tampoco con nuestras alegrías. Si quieres que te escuchen, escucha tú primero, y con interés sincero. Pero tampoco esperes que te lo cuenten todo si tú no te expones.

Si estamos saliendo de un período de retraimiento, o somos especialmente tímidos, podemos comenzar por ensayar en privado con un terapeuta, con un amigo íntimo incluso con el espejo.

ACERCARNOS A LOS DEMÁS

Cuando ya nos sintamos preparados, es una buena idea buscar los escenarios más adecuados y de menor riesgo. Podemos acercarnos a públicos afines, como una asociación con intereses similares o un grupo de amistades en el que sabemos que podemos confiar. Otra opción, aparentemente opuesta pero quizás incluso más liberadora, es mezclarse con gente que no nos conoce y que por lo tanto no implica riesgo alguno.

Hay quien ha superado la timidez mediante chats y foros de Internet que permiten el anonimato, viajando a lugares desconocidos o incluso apuntándose a un grupo de teatro. Con ello, han podido jugar a ser otra persona y descubrir nuevas facetas de su personalidad.

Y hablando del teatro, hay que reconocer que, incluso aquellas personas que nos manejamos relativamente bien en público, seguimos sin desprendernos del todo de nuestro caparazón de caracol.

Llevamos, con un cierto disimulo, un pedazo de caparazón en la mano que empleamos para cubrirnos la cara, como una máscara con la que ocultamos ciertos aspectos de nosotros mismos que preferimos esconder ante el jefe, la compañera o cualquier viandante.

DESPOJARSE DE LAS MÁSCARAS

La misma palabra "persona" significa en su origen "máscara", y se anticipa y anuncia ese "Gran Teatro del Mundo" que mencionaba. Sin duda, la vida social requiere un cierto nivel de teatro, y no es aconsejable quitarse esta careta siempre. Pero qué duda cabe que la libertad, de la que tanto hablan anunciantes, políticos, poetas y economistas, pasa por desprenderse de estos últimos retazos de caparazón. En esto cada persona debe encontrar su propio equilibrio.

Nunca es tarde para abrirse. Nunca es tarde, como reza un dicho escandinavo para tener una infancia feliz. El truco es no pensar en los demás como potenciales enemigos sino como compañeros y compañeras de juego, actores y actrices de este "Gran Teatro" cuya función nunca termina, aunque el reparto vaya cambiando. El espectáculo debe continuar y, si es así, mejor será participar en él y, sobre todo, disfrutarlo.

Eduardo Jauregui
Profesor de psicología Social
en la Universidad de Saint Louis
(Campus de Madrid)

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