miércoles, 18 de septiembre de 2013

¿QUÉ PROBLEMA SUPONE EL DARSE A CONOCER?

Nuestras creencias en ocasiones nos llevan a dilemas que son de difícil resolución o al menos en un principio, y ello es lo que en parte me lleva a crear esta publicación para poder darle un orden a un pensamiento que preciso ver más allá de lo que me está expresando.

¿Qué problema supone el darse a conocer? 

Muchos pensarán que eso es de fácil resolución, simplemente, uno se abre hacia el mundo, confiando en que todos son iguales y ya está... no hay ningún problema, aunque desde mi parecer, para poder tener esta actitud uno debe tener una gran disposición a dejarse llevar, a dejarse fluir por los acontecimientos venideros y que no están bajo su control al mismo tiempo. Es una actitud donde el autoconocimiento de sí mismo ha sido tremendamente trabajado para poder transitar y aceptar todo lo que salga de esta disposición "a darse a conocer", aunque en sí mismo la propia actitud ya hace que todo se realice con tal suavidad en las interactuaciones que ni se aprecia siquiera lo mucho que se está abierto a todo lo que la vida le otorgue en cada cruce de caminos, es todo un aprendizaje sin sentirse vulnerable en toda la experiencia que la relación conlleva consigo.

Pero, como todo siempre tiene la contra parte y no todos viven las relaciones del mismo modo, para muchos el darse a conocer supone una violación de sus propio derecho como persona anónima, el hacerlo le supone abrirse hacia un mundo del que no tienen ningún interés por que lo conozcan, porque consideran que no es necesario hacerlo para poder fluir en los acontecimientos que vayan sucediendo a lo largo de las interactuaciones, es un modo de protegerse de su propia identidad.

Tanto la primera opción "el abrirse", como la segunda opción "el no hacerlo" tienen sus pros y sus contras pero que dependiendo de la persona podrán ser mejor transitadas o no, más enriquecedoras o dolorosas, más satisfactorias o menos,... ahí el dilema de cada decisión.

Hay tantas formas de verlo como personas hay en el mundo, porque cada una tiene su propia realidad de como esta formado, de lo agredidos o no se sienten mientras transitan el día a día, el .... hay tantas versiones de todo que jamás acabaríamos de definir la realidad ...

Ser delicado con uno mismo, ser respetuoso con uno mismo, ser agradable y confiado con uno mismo, es lo que nos otorgará las herramientas precisas para poder decidir que hacer en cada relación, en cada interactuación y en cada situación. No podemos engañarnos a nosotros mismos y ello en ocasiones se hace para autoprotegerse de lo que uno realmente quiere hacer,. por ejemplo, yo quiero hacer  ("lo que sea, y realmente me gustaría poder hacerlo"... pero no me atrevo por "...no cubrir mis expectativas", "...ser dañado", en definitiva, uno se vuelve temeroso ante el mundo que lo puede llegar a juzgar por sus acciones o modos de pensar, o por el contrario, uno siente esa libertad de acción y pensamiento, que siendo conocido no sentiría.

Como siempre expreso, la vida pone frente a nosotros mensajes que en el momento de ser recibidos siempre nos llegan, y en esta ocasión, llegó ya que hace unos días cayó en mis manos un cuento de Jorge Bucay que relataba lo siguiente:

Su título: ¿QUIÉN ERES?

Aquel día, Sinclair se levantó como siempre a las siete de la mañana. Como todos los días, arrastró sus pantuflas hasta el baño y después de ducharse se afeitó y se perfumó. Se vistió con ropa a la moda, como era su costumbre, y bajó a la entrada a buscar su correspondencia. Allí se encontró con la primera sorpresa del día: ¡no había cartas!

Durante los últimos años su correspondencia había ido en aumento y era un factor importante para su contacto con el mundo. Un poco malhumorado por la noticia de la ausencia de noticias, apuró su habitual desayuno de leche y cereales (como recomendaban los médicos) y salió a la calle.

Todo estaba igual que siempre: los vehículos de costumbre transitaban las mismas calles y producían los mismos sonidos en la ciudad, que se quejaba igual todos los días. Al cruzar la plaza, casi tropezó con el profesor Exer, un viejo conocido con quien solía conversar largas horas sobre inútiles planteamientos metafísicos  Lo saludó con un gesto, pero el profesor pareció no reconocerlo. Lo llamó por su nombre pero ya se había alejado, y Sinclair pensó que no había llegado a oírle. El día había empezado mal y parecía que empeoraba con las amenazas de aburrimiento que flotaban en su ánimo. Decidió volver a casa, a la lectura y la investigación, para esperar las cartas que con seguridad llegarían aumentadas para compensar las no recibidas antes.

Esa noche, el hombre no durmió bien y se despertó muy temprano. Bajó, y mientras desayunaba comenzó a espiar por la ventana esperando la llegada del cartero. Por fin lo  vio doblar la esquina y su corazón dio un salto. Sin embargo, el cartero pasó frente a su casa sin detenerse. Sinclair salió y lo llamó para confirmar que no había cartas para él, pero el cartero le aseguró que nada había en su saco para ese domicilio y le confirmó que no había ninguna huelga de correos ni problemas en la distribución de cartas de la ciudad.

Lejos de tranquilizarlo, esto le preocupó todavía más. Algo estaba pasando y tenía que averiguar de qué se trataba. Se puso una chaqueta y se dirigió a casa de su amigo Mario.

Apenas llegó, se hizo anunciar por el mayordomo y esperó en la sala de estar de su amigo, que no tardó en aparecer. Sinclair avanzó al encuentro del dueño de la casa con los brazos extendidos, pero éste se limitó a preguntar: "Perdón, señor, ¿nos conocemos?".

El hombre creyó que era una broma y rió forzadamente presionando al otro para que le sirviera una copa. El resultado fue terrible: el dueño de la casa llamó al mayordomo y le ordenó echar a la calle al extraño, que ante tal situación se descontroló y empezó a gritar y a insultar, dando aún más motivos al fornido empleado para que lo empujara con violencia a la calle...

Camino de su casa, se cruzó con otros vecinos que lo ignoraron o actuaron con él como si fuera un extraño.

Una idea se había apoderado de su mente: había una confabulación en su contra, y él había cometido una extraña falta contra aquella sociedad, dado que ahora lo rechazaba tanto como algunas horas antes lo valoraba. No obstante, por más que pensaba no podía recordar ningún hecho que pudiera haber tomado como ofensa, y menos aún alguno que involucrara a toda una ciudad.

Durante dos días más, se quedó en casa esperando correspondencia que no llegó, o anhelando la visita de alguno de sus amigos que, extrañado por su ausencia, tocara a sus puertas para saber de él. Pero no paso nada: nadie se acercó a su casa. La señora de la limpieza faltó sin avisar y el teléfono dejó de funcionar.

Entonado por una copita de más, la quinta noche Sinclair decidió ir al bar donde siempre se reunía con sus amigos para comentar las tonterías cotidianas. Apenas entró, los vio como siempre en la mesa del rincón que solían elegir. El gordo Hans contaba el mismo viejo chiste de siempre y todos lo festejaban como de costumbre. El hombre acercó una silla y se sentó. De inmediato se hizo un lapidario silencio que denotaba lo indeseable que les parecía a todos el recién llegado, Sinclair no aguanto más.

- ¿Se puede saber qué os pasa a todos conmigo? Si hice algo que os molestó, decídmelo y acabemos con esto, pero no me tratéis así porque me estoy volviendo loco.

Los demás se miraron unos a otros, entre divertidos y fastidiados. Uno de ellos hizo girar su dedo índice sobre su sien, diagnosticando al recién llegado. El hombre volvió a pedir una explicación, después la suplicó y, por último, cayó al suelo implorando que le explicaran por qué le estaban haciendo aquello. 

Solo uno de ellos quiso dirigirle la palabra.

- Señor, ninguno de nosotros le conoce, así que no nos ha hecho nada. De hecho, ni siquiera sabemos quien es usted.

Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos y salió del local, arrastrando su humanidad hasta su casa. Parecía que cada uno de sus pies pesaba una tonelada.

Ya en su cuarto, se tiró sobre la cama. Sin saber cómo ni por qué, había pasado a ser un desconocido, un ausente. Ya no existía en las agendas de sus corresponsales, ni en el recuerdo de sus conocidos, y menos aún en el afecto de sus amigos. En su mente parecía un pensamiento, como un martilleo: la pregunta que los demás le hacían y que él mismo empezaba a hacerse: "¿Quién eres?"

¿Sabía él realmente contestar esta pregunta? Él conocía su nombre, su domicilio, la talla de su camisa, su número de documento de identidad y algunos otros datos que lo definían para los demás. Pero fuera de eso, ¿quién era verdadera, interna y profundamente? Aquellos gustos y actitudes, aquellas inclinaciones e ideas, ¿eran suyos verdaderamente? ¿O eran como tantas otras cosas, un intento de no defraudar a quienes esperaban que él fuera quien había sido? Algo empezaba a estar claro: ser un desconocido lo liberaba de tener que ser de una manera determinada. Fuera como fuera, nada cambiaría en la respuesta de los demás hacia él. Por primera vez en muchos días, descubrió algo que lo tranquilizó: esto lo ponía en una situación que le permitía actuar como quisiera sin buscar la aprobación del mundo.

Respiró hondo y sintió el aire como si fuera nuevo, entrando en sus pulmones. Se dio cuenta de que la sangre le fluía por las venas, percibió el latido de su corazón y se sorprendió de que, por primera vez, no temblaba.

Ahora que, por fin, sabía que estaba solo, que siempre lo había estado, que sólo se tenía a sí mismo; ahora, podía reír o llorar ... Pero por él, y no por los demás. Ahora, por fin, lo sabía: SU PROPIA EXISTENCIA NO DEPENDÍA DE LOS DEMÁS.

Había descubierto que le había sido necesario estar solo para poder encontrarse consigo mismo...

Se durmió tranquila y profundamente y tuvo hermosos sueños. 

Despertó a las diez de la mañana, descubriendo que un rayo de sol entraba a esa hora por la ventana e iluminaba su cuarto de manera maravillosa.

Sin bañarse, bajó las escaleras tarareando una canción que nunca había escuchado y encontró algo debajo de su puerta: una enorme cantidad de cartas dirigidas a él.

La señora de la limpieza estaba en la cocina y lo saludó como si nada hubiera sucedido.

Y por la noche, en el bar, parecía que nadie recordaba aquella extraña noche de locura. Al menos nadie se dignó a hacer ningún comentario al respecto.

Todo había vuelto a la normalidad ... salvo él,  por suerte; 
él,
que nunca más tendría que rogarle a nadie que lo mirara para poder saber que estaba vivo; 
él,
que nunca más tendría que pedirle al exterior que lo definiera;
él, 
que nunca más sentiría miedo al rechazo.
Todo era igual,
salvo que aquel hombre
jamás olvidaría quién era.

Un abrazo

Africa

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