martes, 30 de julio de 2013

LOS DOS VIAJEROS

El joven carpintero Shen aprende una valiosa lección sobre el miedo y el control cuando se ve obligado a dejar su aldea y emprender un largo viaje.

Tras recibir la noticia de la muerte de su padre, Shen empezó a temblar de la cabeza a los pies. Sin embargo, aquel estado de agitación no se debía al fallecimiento de su progenitor.

Siendo muy pequeño, su padre lo había vendido como aprendiz al carpintero de una ciudad lejana. Desde el primer día, su trabajo en el taller había sido tan esforzado y meticuloso, que el dueño acabó adoptándolo como a un hijo. Al cumplir la mayoría de edad, no dudó en casarlo con su única hija.

Las cosas no le podían ir mejor. Tenía una amada esposa que le correspondía y un suegro que había delegado en él un negocio prospero. El joven carpintero se levantaba con el sol y no temía las largas jornadas de trabajo para satisfacer su cada vez mayor lista de encargos. No le faltaba, además el don de gentes y la paciencia necesarios para escuchar a los clientes.

Solo había una cosa que asustaba a Shen: salir de los límites de la ciudad donde había crecido y conquistado la felicidad. Quizá por el dolor de saberse abandonado de pequeño, siempre se había negado a viajar fuera de lo que se había convertido en su hogar.

La obligación de enterrar a su padre hacia que, inevitablemente, tuviera que partir hacia su lejana aldea natal. Se hallaba a dos jornadas por un camino que discurría por bosques impenetrables, bosques que, según se decía, albergaban a bandidos de la peor calaña.

Con un sentimiento de fatalidad, Shen se despidió de su suegro y de su esposa, a la ue abrazó como si fuera la última vez.

Una hora después el carpintero abandonó la ciudad a pie, se mareaba yendo a caballo, y se internó or un bosque de bambúes.

Sosteniendo con fuerza el hatillo en una mano y la brújula en la otra, Shen avanzaba mirando en todas direcciones a medida que la noche se cernía sobre el bosque.

Al llegar a un claro protegido por una barrera de árboles, el carpintero decidió establecer allí su campamento nocturno. Aún no había sacado las provisiones y la manta cuando una figura masculina con un farol se aproximó de forma amenazadora.

Shen se llevó la mano a la bolsa de monedas, que llevaba bajó el cinturón. Tal vez si las entregará salvara la vida, pero entonces no tendría con qué enterrar a su padre.

Paralizado por estos pensamientos, se calmó cuando el forastero le habló así:

- Buenas noches, joven. Soy Mingliaotsé, un vagabundo que ofrece buena compañía e historias. A cambio, aceptaré compartir tu cena.

Superado el sobresalto inicial, Shen valoró a aquel hombre diminuto que vestía como un mendigo. Aparte de un cesto con bayas que debía de haber recogido en el bosque, no parecía llevar arma alguna.

Tras escuchar el funesto motivo del viaje de Shen, mientras calentaba un poco de arroz con la lumbre del farol. Mingliaotsé explicó:

- Hubo un tiempo en el que fui funcionario, pero me cansé de decir cosas contrarias a mi corazón y de cumplir ceremonias absurdas. La gente tiene miedo de revelar la verdad sobre sí misma y sobre los demás. Por eso prefiere conversar sobre temas triviales.

- Nunca pensé que el miedo estuviera detrás de las conversaciones triviales, dijó Shen, asombrado por la lucidez del vagabundo. Por cierto, ¿a dónde te diriges?

- Voy al país de los Indiferentes. Un lugar donde la gente no se queja de las estaciones y donde nadie teme perder lo conseguido.

.- No creo que exista tal país, pero admiro que viajes tan libre de miedos. Me gustaría tener tu mismo espíritu en la jornada y media que me queda.

- Es fácil, dijo Mingliaotsé. Cuando vagas por bosques, aldeas y ciudades, te encuentras con todo tipo de gentes. Hay quien comparte su cena, como has hecho tú, y quien busca ofenderte. Si me hacen una grosería, yo la acepto con una reverencia. Luego, sigo como antes.

- Pero cuando viajas, todo es nuevo e inesperado, remarcó Shen. ¿Cómo consigues no preocuparte por lo que tenga que venir?

Tras permanecer pensativo durante unos segundos, el vagabundo respondió: 

- Si una tempestad me atrapa mientras cruzo en canoa un caudaloso río, me pongo en manos del destino y pienso: Si me ahogo al cruzar, es la voluntad del cielo. ¿Me salvare acaso si me preocupo?. Mingliaotsé sonrió afablemente antes de proseguir. 

- También puede suceder que tropiece por el camino con un joven pendenciero. Si es un tipo grosero, le pido disculpas cortésmente. Si con eso no puedo salvarme de una pelea, allí termina el viaje. Pero si me salvo, sigo como antes.

- ¡Por el Tao que nunca he conocido a alguien tan despreocupado como tú! Sin embargo, imagina que no se trata de una tempestad ni de un pendenciero. ¿Qué sucede si enfermas gravemente en el camino?

- Lo mismo, muchacho. Si caes enfermo, tratas de entender tu mal y buscas ayuda. Y si está decidido que esos sean tus últimos días, allí terminará el viaje. Pero si te salvas, sigues como antes ¿Para que preocuparse?

Los dos viajeros, el carpintero y el vagabundo contador de historias, durmieron profundamente tras una animada cena. Al amanecer, el joven despertó y vio que Mingliaotsé ya había partido con un respetuoso silencio.

Shen recogió sus cosas y se puso en camino dispuesto a aceptar lo que le deparara el trayecto hasta su aldea natal. Si sucedía algo que estaba fuera de su control, ¿para qué preocuparse? Y si no sucedía nada inevitable, tras el entierro de su padre, la vida feliz y plena que llevaba seguiría como antes.

Francesc Miralles
Escritor y periodista

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