lunes, 23 de diciembre de 2013

LA FUERZA DE LA CONFIANZA

Confiar viene de fe, fe en la vida, en las personas y en uno mismo. Es una fuente inagotable de fuerzas que liberan esperanza, seguridad y optimismo y, por lo tanto, alegría y bienestar.

Sin ella, la vida personal languidece y la social, se resiente.

Cuentan que tres príncipes fueron invitados por el conde de Wertemberg a pasar una agradable velada con él y su familia. Se encontraban los tres compartiendo los motivos de la riqueza de sus respectivos reinos. El primero hablaba de las minas de gemas ricas y los verdes bosques de su reino. El segundo exaltaba las maravillas de los vinos y el trigo del que disponía su país. Y el tercero relataba las victorias de las fuerzas armadas de su reino. El conde reflexionó después de escuchar detenidamente a sus tres invitados y dijo que su reino no podía vanagloriarse de ninguno de esos haberes. No obstante, creía disponer de un gran tesoro: podía reclinar su cabeza sobre el regazo de cualquiera de sus súbditos con la absoluta tranquilidad de ser bien acogido. Tras un largo silencio, los tres príncipes coincidieron unánimemente en que su anfitrión era, ciertamente, mucho más rico que cualquiera de ellos por cuanto podía depositar entera confianza en sus súbditos, algo que ellos no podían hacer.

En efecto, las personas incapaces de confiar son las más pobres, por sentirse aisladas y vivir en soledad. Y es que la confianza - prima hermana de la veracidad y de la honestidad -, así como el hacerse digno de ella, es el puntal que sostiene el resto de las virtudes del carácter y debe fundar, al igual que el pilar inquebrantable de un edificio, la construcción de nuestros proyectos de vida.

Todas y cada una de nuestras relaciones, desde las más significativas hasta las más nimias, están basadas en la confianza. En nuestra relación de pareja, en la educación de nuestros hijos, en las transacciones comerciales que llevamos a cabo, en los vínculos de amistad, en el entorno del trabajo, en el asociacionismo - tanto en la comunidad, como en la ciudad o el barrio -, en la administración pública ..., el asunto central es siempre una cuestión de confianza. En el éxito de cualquier empresa, proyecto o grupo juega un papel crucial la fuerza de la unión de sus miembros; y esta es, sin duda, producto de la confianza.

En términos sociohistóricos nos tendríamos que remontar a la época en que el homínido fue capaz de tener conciencia de sí mismo y darse cuenta de que se desenvolvía en un medio desconocido, hostil y repleto de peligros. Fue entonces, cuando encontró en la asociación con otros miembros de la especie la clave de su seguridad y supervivencia. El vínculo social explica nuestra evolución y el desarrollo civilizador, y tal cohesión se fundamenta en la confianza mutua.

Imaginemos por un momento que, en nuestro día a día, los maestros en cuyas manos dejamos a nuestros hijos, o los conductores de los medios de transporte público que usamos, los médicos que nos ayudan a mantener nuestra salud, los productores y manipuladores de los alimentos que consumimos.... no fueran dignos de confianza. ¡El mundo se tornaría un caos irresoluble! Confiar viene de fe; fe en la vida, en las personas y en uno mismo. Confiar es tener la certeza de que mañana volverá a salir el sol. Es creer que nuestro interlocutor cumplirá su palabra. Es tener la seguridad en nuestra propia capacidad de crecer y aprender, de transformarnos y mejorar.

Confiar es una cualidad fundamental del ser humano, común - según exponen Kavelin y Popov en su Guía de las virtudes para la familia avalada por la Unesco - a todas las culturas del planeta.

Confiar consiste en tener por verdadera, en el fondo de nuestro corazón, esta premisa: en todo lo que nos trae la vida hay un don incorporado o una situación propicia para el aprendizaje. Pues confiar es creer, y creer es - según el gran filósofo español Eugenio Trías - dar crédito a una afirmación. El mero hecho de conferir credencial a los valores potenciales que encierra la existencia nos capacita a esperar el futuro con ilusión. Como dijo Laurence Cornu, catedrática de Formación des Maîtres: 

"La confianza es una hipótesis sobre la conducta futura del otro. Es una actitud que concierne al futuro, en la medida en que este futuro depende de la acción del otro. Es una especie de apuesta que consiste en no inquietarse por no controlar al otro y al tiempo".

Pero ¿cómo infundirnos confianza? Es una facultad que empieza a gestarse durante la primera infancia y en los vínculos que vamos estableciendo con los adultos de nuestro entorno. El recién nacido requiere del calor y el afecto del adulto, que día a día va cubriendo sus necesidades básicas y le va enseñando a vivir. Este caminar basado en el apoyo y acompañamiento efectivo tendrá como fruto a una persona que crecerá con confianza en sí misma y en los demás. Los castigos arbitrarios y desproporcionados, la represión, la ausencia de muestras claras y explícitas de afecto incondicional y desinteresado generará adultos inseguros y recelosos. Este extremo ha sido estudiado y corroborado por investigaciones empíricas. Incluso se confirma en las especies animales, los estudios más conocidos son los realizados con perros maltratados, que se comportan de forma huidiza y adoptan, todo el tiempo, posturas defensivas o de agresividad.

La clave para generar sentido de confianza en uno mismo y en los demás es el desarrollo de una identidad personal sana. Esta se empieza a forjar desde la primera infancia con la participación directa y activa de las personas de nuestro entorno, mediante las formas comunicativas que usan para dirigirse a nosotros. Si los mensajes son del tipo "¡Qué torpe eres!", "¡Nunca acabas lo que empiezas!", "¡Siempre estás igual!" o "`¡No seas vago!", interiorizaremos o incorporaremos esa imagen de nosotros. Este tipo de conceptos de uno mismo obstaculizan el despliegue de la autoconfianza. Y al tener dudas acerca del propio potencial, la persona se sentirá insegura en sus relaciones con los demás, que a su vez, también carecerán del sentido de confianza.

La vía adecuada para crecer con confianza es justamente la contraria: hacer reconocimientos y verbalizar elogios cuando los actos sean correctos; y proponer mejoras a través de un lenguaje, preñado de razones, que indiquen las virtudes que se han descuidado y la necesidad de su práctica. Los mensajes que deberíamos trasladar a los pequeños deberían ser del siguiente tipo: "Necesitas coger las cosas con más tacto para que no se te caigan de las manos", "Con determinación podrás acabar esto que has empezado, del mismo modo en que lo finalizaste el otro día" o "Si eres mas responsable con todo lo tuyo, lo que ahora te ha sucedido quizá no volverá a ocurrir". Este lenguaje, de una forma paulatina y casi sin darnos cuenta, va engendrando confianza en nosotros y en los demás, con lo cual se cubren ambas caras de esta moneda: confiar y ser a la vez, confiable. De ahí que el rol que juegan los padres, las personas cercanas y los maestros sea determinante en la gestación de una personalidad equilibrada, segura de sí misma y con confianza en su entorno.

Dicen que una noche se produjo un incendio en una casa y la familia salió corriendo mientras las llamas destruían la totalidad del edificio. Se dieron cuenta de repente, que faltaba el menor de los hijos: un niño de cinco años, que asomaba la cabeza por la ventana del piso superior y miraba hacia abajo.  Ya no había posibilidad de entrar en la casa, que ardía en llamas, para sacar al pequeño. El niño pedía auxilio mientras su padre lo observaba con angustia. 

- Salta - le decía el padre.
- No te veo, papá - respondía el hijo.
- Pero yo sí te veo. Eso es suficiente. ¡Vamos salta!

El niño saltó, y en los brazos de su padre se salvó.

La confianza es un camino que hay que recorrer de por vida, y su reflejo se observa tanto en los asuntos privados como en las cosas comunes que a todos nos afectan. Y pese a que el trayecto más importante debemos recorrerlo durante la tierna infancia, después se nos presentan frecuentes retos, que debemos tomar como momentos propicios para el cultivo de esta cualidad fundamental que es la vida y llegados a la edad adulta, muchas personas descubren sus inseguridades y una gran dificultad para confiar en los demás, poniendo de este modo en serio peligro los proyectos vitales que tengan o puedan desarrollar a lo largo de su vida.

La salubridad de las relaciones humanas, la construcción de una cultura de veras democrática, el progreso de la administración de la equidad: todo está basado en la virtud de la confianza. Y es el necesario para superar los contextos de crisis. Para ello, resulta imprescindible modular y reconvertir al crítico despiadado que llevamos dentro en una voz positiva de recuerdo. Cuán a menudo escucho en mi consulta la demanda de alguien que me dice: "Quisiera que me ayudarás a tener una mayor confianza en mí mismo".

El déficit de confianza es el responsable de la toma de innumerables decisiones erróneas y, por lo tanto, el causante de la mayoría de nuestros desastres vitales. Constituye, de este modo, la principal fuente del maltrato al que nos solemos someter a nosotros mismos., al imputarnos el demérito de no saber ser mejores. Un claro ejemplo de ello son nuestras elecciones de pareja, en las que nuestra intuición y sentido común ya nos alertan, muchas veces, de que esa relación no es la que nos conviene; pero he aquí que nuestro aciago crítico interior se empeña en advertirnos de que no encontraremos nada mejor para nosotros.

En mi práctica terapéutica suelo encontrarme con parejas que buscan ayuda tras haber cometido, alguno de sus miembros, algún tipo de infidelidad. Pese a lo que a muchos les pueda parecer, no existen recetas prefijadas de condena para este tipo de acciones. Sin el menor ánimo de hacer apología de la infidelidad, observo que algunas de estas parejas salen fortalecidas de semejante experiencia, mientras que otras perecen y llegan a la separación. Una sola condición distingue las primeras de las segundas: el saber restablecer la confianza entre ellos, lo que requiere profundizar en las razones que causaron tales experiencias y aprender de las lecciones que se ocultan tras ellas, pero sobre todo, tener la grandeza de espíritu y altura de miras de preferir reparar tan sería lesión a la confianza antes de tomarla por clausurada. Entonces, y solo entonces, la relación puede continuar y fortalecerse.

La incredulidad solo puede generar una sola cosa: temor y malestar, dudas e insatisfacción. La inquietud que nos produce nos reprime y no nos deja actuar; dificulta la toma de decisiones, bloquea las iniciativas, colapsa la acción y paraliza nuestras vidas. La confianza, por el contrario, constituye una fuente inagotable de fuerzas misteriosas que liberan esperanza, seguridad y optimismo, y, por lo tanto, alegría y bienestar.

Rosa Rabbani
Dra. en psicología y
especialista en terapia familiar sistémica

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